Rebelión Maya - Museo de Tihosuco

Un manuscrito hallado en Yucatán, por ese tiempo conocido como ”crónicas de Chac-Xulub-Chen» (se supone escrito por manos indí­genas y traducido quizá por algún clérigo) refiere que el Adelantado comenzó a repartir los pueblos entre los conquistadores, y el escribano Rodrigo ílvarez hizo la lista de los tributos con que debí­a pagar cada pueblo. ”Todos mis compaí±eros y los de mi linaje pagaron el gran tributo, según la distribución hecha cuando los capitanes, el Adelantado, el escribano Rodrigo ílvarez, vinieron a T-ho (actual cd. de Mérida); todos los de mi tierra y yo, Nakuk Pech, fuimos dados a don Julián Ponce, encomendero y nuevo seí±or de Chac-Xulub Chen…» Para someter a los indí­genas mayas se emplearon métodos crueles y violentos, Fray Diego de Landa refiere ”que los indios recibí­an pesadamente el yugo de la servidumbre y sobre los cuales se hicieron castigos atroces; para que aplacase la gente quemaron vivos a algunos principales de la provincia de los Cupules (los metí­an en casas, les pegaban cepos y le prendí­an fuego), a otros los ahorcaron… en todo momento fueron inhumanos. Los indí­genas fueron victimas de innumerables ejemplos como este durante casi tres siglos. Don Eligio Ancona, afirma en su libro ”Historia de Yucatán»: ”no fue autorizada la esclavitud (de los indí­genas mayas) pero si que fueran repartidos ya no como esclavos, sino como tributarios de sus seí±ores bajo el sistema de las encomiendas, que consistí­a en que cada soldado espaí±ol por estar en el elenco de los conquistadores, recibirí­a para sí­ y para sus descendientes un número de indios que podí­an explotar sin cesar…» Por si esto fuera poco, se les sobrecargó con los diezmos y las obvenciones en provecho de los religiosos.
Los tributos, las encomiendas y los diezmos fueron organizados a beneficio directo de los colonos, los clérigos y de los soldados que tomaron parte en el sojuzgamiento de los mayas. Los tributos consistí­an en: maí­z, mantas, cera, pavos silvestres, cubos, sogas, sal de espuma, chiles, frijoles, habas, ollas, comales, cántaros y otros artí­culos que les fueron exigiendo según las necesidades de los encomenderos; así­ como la mano de obra para construir sus casas, iglesias, conventos, etc. Este trato que los mayas recibí­an fue germinando en ellos hasta transmitir de manera oral a sus descendientes sentimientos de rencor y odio por las vejaciones sufridas, y a la vez el deseo de venganza por sentirse extraí±os en sus propias tierras legadas por sus ancestros; prácticamente de ser dueí±os pasaron a ser esclavos.
Para entonces el auge de productos agrí­colas (como el azúcar) y de intercambio comercial, obligaba a los indí­genas a trabajar más. Para esa época existí­an también dos corrientes polí­ticas, dadas las ambiciones de esta clase; una que simpatizaba con don Miguel Barbachano (quien aparentaba más cercaní­a con los indí­genas) y la de don Santiago Méndez (quien era partidario de controlar, limitar y explotar más a los indí­genas).
Fue el suegro del intelectual y doctor don Justo Sierra O,Reily, quien acudió a los EEUU a pedir ayuda para someter a los sublevados (que empezaban a darse a conocer), y siempre demostraba su desprecio contra los indí­genas mayas; como ejemplo: el periodico ”El Fénix» editado en la cd. de Campeche, publicó el dí­a 1º de Febrero de 1847, lo dicho por el doctor mencionado al comentar un asalto reciente a Valladolid ”Esto prueba que ya comienza a conocerse la necesidad de dividir nuestros intereses de los intereses de los indios. La raza indí­gena no quiere y no puede amalgamarse con ninguna de las otras razas. Esa raza debe ser juzgada severamente y aún lanzada del paí­s si fuera posible. No cabe más indulgencia con ella; sus instintos feroces, descubiertos en mala hora, deben ser reprimidos con mano firme. La humanidad y la civilización lo demandan así­.» (Pronto olvidó el porqué se despertaron esos instintos feroces de los mayas y quiénes los provocaron).
Dados los enfrentamientos entre estas corrientes polí­ticas de la pení­nsula, muchos indí­genas fueron usados como carne de caí±ón, luchando a favor de algún grupo a cambio de promesas incumplidas; bajo estas circunstancias, los campesinos fueron adquiriendo experiencia en el manejo de la armas. De 1840 a 1847, tomaron parte en varias acciones armadas los futuros caudillos: Cecilio Chí­, Jacinto Pat y Bonifacio Novelo, quienes en el Sur y Oriente de la pení­nsula, viví­an en pequeí±as aldeas lejanas manteniendo una relativa independencia y conservando celosamente parte de la cultura de sus antepasados prehispánicos, que estaba siendo destruida y contaminada. Por usar pantalones cortos se le conocí­a como ”huites»; éstos serí­an uno de los primeros grupos en lanzarse a la reconquista de sus tierras; ya que los que viví­an en zona Norte y Occidental (que eran peones de las haciendas) estaban más controlados polí­tica, militar y religiosamente.
El momento esperado llegó, cuando las condiciones maduraron, (quizá por el fusilamiento de Manuel Ay, en Valladolid el 26 de Julio de 1847, al ser descubierto y aprehendido en Chichimilá, como uno de los conspiradores.) Los soldados llegaron a Tepich, buscando a Cecilio Chí­ (ya identificado como sublevado), al no encontrarlo dejaron vestigios de su salvajismo: chozas saqueadas, campesinos vejados, mujeres maltratadas… Era el inicio de la tormenta. El 30 de Julio de 1847, en la madrugada, cientos de de indí­genas comandados por Cecilio Chí­, atacaron Tepich. Murieron todos los blancos que no lograron escapar… (Continuará)

Graciela Machuca

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