Solo tres de cada diez personas no dudan de lo que transmitimos y publicamos los periodistas

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Juan Pablo Becerra

milenio.com
Si uno se pone a recabar datos que retraten la esencia de nuestro paí­s en la segunda década del siglo XXI, estudios acerca de lo que piensa y siente la gente en los últimos aí±os, a los periodistas de todos los medios de comunicación nos ha empezado a ir muy mal: la abrumadora mayorí­a ya no cree en nuestro trabajo, como sí­ lo hací­a hace cuatro aí±os…

Es cierto que cada vez más mexicanos no creen en nada ni en nadie. La confianza de todas las instituciones ha descendido, de acuerdo con el estudio ”Informe Paí­s», realizado por el Instituto Nacional Electoral y el Colegio de México, el cual fue presentado en junio pasado. La credibilidad institucional ha caí­do hasta 15 puntos de 2010 a la fecha. Ninguna institución del Estado se salva.

Por ejemplo: el Ejército tení­a una credibilidad de 72% en 2010 y cayó hasta 62% en 2013. Diez puntos perdidos de parte de la institución que ha tenido mayor confianza ciudadana en las últimas décadas es un resultado para alarmarse, aunque su calificación todaví­a sea aprobatoria. ¿Esta es la derivación, la secuela de lo que la ciudadaní­a percibe como malos liderazgos de los presidentes Felipe Calderón y Enrique Peí±a Nieto?

Soy orgullosamente bisnieto de un militar del lado paterno y tataranieto de otro militar del lado materno (aunque difiero de varias posiciones polí­ticas de este último), y esos resultados me inquietan, me ofenden, pero volvamos a lo nuestro, porque lo de los militares de hoy es problema de los polí­ticos actuales, no de los del siglo antepasado: los medios de comunicación, nosotros, los periodistas, para que desinflemos nuestra insolencia y nuestro ego, para que desechemos cualquier vestigio de arrogancia, algo estamos haciendo muy-muy mal: 61% creí­a en nuestro trabajo hace cuatro aí±os y, al cierre del aí±o pasado, solo 32% avalaba lo que realizábamos. Antes confiaba en nosotros una aceptable porción ciudadana de seis de cada diez personas, y ahora apenas tres de cada diez no dudan de lo que transmitimos y publicamos. ¿Qué pasó? ¿Qué hicimos?

Ese horrendo resultado merece una profunda introspección: ¿qué estamos dejando de hacer para que la gente huya de nosotros, de nuestros noticiarios, de nuestros diarios? O que no huya, pero que nos mire, escuche o lea con desdén, con sorna, con desprecio, y que escupa en nuestras pantallas y en nuestras páginas impresas o digitales.

Podemos acomodarnos en el sillón, tomar un trago, emitir volutas intelectualoides, perorar dizque sapiencias filosóficas o empresariales, y decir que no pasa nada, que nuestras ventas de ejemplares marchan bien, que nuestros ratings también, que son ultras desinformados, pero la realidad es que solo una minorí­a aún cree en nuestro trabajo. La gran mayorí­a duda que estemos siendo honestos, equilibrados, profundos. La gran mayorí­a no está encontrando en nuestros trabajos lo que desearí­a que hiciéramos. La gente percibe que nos están censurando o que nos estamos autocensurando. Que somos unos mentirosos. O unos cómplices, una tapadera. Una cloaca más del poder, de los poderes.

Si eso piensan nuestros televidentes, nuestros radioescuchas, nuestros lectores, los de todos los medios de comunicación, los ciudadanos deben tener razón en sentir que lo que hacemos es un remedo del periodismo que solí­amos ejercer. Tienen derecho a pensar que lo que hacemos no es periodismo, sino relaciones públicas, relaciones interinstitucionales.

Si esa idea persiste y no nos transformamos y nos reinventamos pronto, podrí­amos estar cavando nuestra tumba sin que nuestra cegadora petulancia nos permita percibirlo. Opino…

jpbecerracostam@prodigy.net.mx

Graciela Machuca

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