Quintana Roo: Polí­ticos con intereses frente a ciudadanos con ”ideologí­a» o ”ilusión de cambio».

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Carlos Barrachina Lisón—
26 enero 2019

La crisis de los partidos polí­ticos no es patrimonio de México. Hay una amplia literatura al respecto. Mientras los ciudadanos cada vez más quieren ser escuchados, y que el sistema polí­tico se fije en sus problemas y los gestione adecuadamente; los intereses colectivos o individuales de la clase polí­tica van en direcciones muchas veces opuestas. Quizá la diferencia entre los paí­ses, la marcan la fortaleza de las instituciones, el equilibrio de poderes y la posibilidad de que la justicia juzgue de forma lo más imparcial posible a los polí­ticos que se aprovecharon de su posición de poder para robar o promover negocios indebidos.
En México vivimos una paradoja interesante. Entre los ciudadanos hay muchas personas que tienen ideologí­as marcadas; y la mayorí­a quiere un cambio polí­tico e institucional profundo, que sea real y duradero. Entre los polí­ticos, sin embargo, en la mayorí­a de los casos encontramos superficialidad e interés. Cambian de partido polí­tico, no por convicción, sino por seguir subidos en la ola del poder. El autoritarismo tradicional facilita las cosas, porque sólo tienen que obedecer. Mención a parte debe hacerse sobre los ”administradores públicos» y los ”técnicos». No existe servicio profesional de carrera en sentido estricto y sin embargo, cualquier gobierno requiere de servidores públicos capaces que sigan las instrucciones derivadas del ejecutivo, y que tengan experiencia y solvencia profesional. Cuanto mayor permanencia de éstos exista, si hacen bien su trabajo, mejor le irá al paí­s, independientemente del color partidario del gobierno.
En mi opinión es bueno que existan polí­ticos profesionales. No se improvisa un servidor público, y la polí­tica tiene sus reglas. Lo que no es normal es lo que está pasando con los priistas, que están huyendo del barco hundido, y saltan con desespero a MORENA. Tampoco es lógico que sean aceptados con los brazos abiertos, y que especialmente los más corruptos sean candidatos del movimiento que promete la regeneración nacional. No es creí­ble que un polí­tico pase del PRI, al PAN, al PRD, al PVEM, a Movimiento Ciudadano y a MORENA, y que como en el caso de Marybel Villegas sea recibida con los brazos abiertos por todos. Menos lo es que dependiendo con quien esté, vote en un sentido u otro, y que lo defienda con la misma pasión hipócrita en sus declaraciones. Es todaví­a más sorprendente que la ”fanaticada» la aplauda, sin recordar su pasado; porque es conocida y porque tras su ”purificación» debe estar en lo cierto.
No entiendo ese cinismo. No es el único caso. Es común escuchar que un polí­tico al que su instituto polí­tico, no le da ”la oportunidad» de volver a presentarse; lo haga como candidato por otro. El caso del grupo de Ovando es de libro; parece el pueblo ”errante» en busca de la tierra prometida; tocando puertas, hasta que la oportunidad nuevamente se presente. Salieron del PRI, se fueron a MORENA, y ahora parece que siguen caminando hacia Movimiento Ciudadano. ¿Por qué no se dedican a la empresa privada, o inscriben una organización de la sociedad civil en la que gestionen recursos y beneficios para los ciudadanos? El cinismo es mayor en el caso del polí­tico bacalarense-ovandista Juan Manuel Herrera, acusado de malos manejos y de prácticas oscuras de tierras en el Ejido Aaron Merino Fernández, y que tiene la cara dura de aplaudir al presidente López Obrador para acabar con los invasores y despojadores de tierra ”protegidos por el senador Jorge Carlos Ramí­rez Marí­n en Xcalac y en toda la pení­nsula de Yucatán» (el burro hablando de orejas).
Ello es posible porque las campaí±as electorales son caras, y son estos ”servidores públicos» y los grupos de poder que llevan asociados los que tiene dinero para invertir. Lamentablemente, los ciudadanos, especialmente en las zonas rurales y en las zonas urbanas marginales, quieren que les compren el voto. Eso no ha cambiado, y hace que sea muy difí­cil el cambio en ese sentido.
¿Son los candidatos independientes la solución? No tengo duda que en algunos casos sí­; pero en otros encontraremos más de lo mismo. Muchos serán candidatos que necesitan ”venderse» para poder obtener recursos que les hagan visibles frente a la ciudadaní­a, o tienen recursos millonarios propios. íšnicamente los que tengan un trabajo realizado consistente, a lo largo de los aí±os, y que sean conocidos y respetados por las comunidades, tienen alguna posibilidad de ganar una elección y quizás mantener su independencia frente a la clase polí­tica tradicional (pero ello no es sencillo tampoco).
¿Y que se puede seí±alar de las coaliciones preelectorales, o de los ”acuerdos» en los congresos locales? ¿Puede entenderse en algún mundo posible el pacto de MORENA con el PVEM? La verdad es que tampoco entendí­ nunca el del PAN y el PRD por las mismas razones (a pesar de que lo apoyé para acabar con el abuso de los grupos de poder asociados a Félix González Canto y Roberto Borge Angulo). ¿Puede entenderse que un gobierno como el de Carlos Joaquí­n González, en minorí­a en el Congreso Local, logre obtener una mayorí­a de 22 de 25 diputados para elegir al Fiscal del Estado, o que ya esté negociando para subirse, de la mano de Juan de la Luz, al carro de MORENA, y darle absolutamente igual el resultado electoral de las elecciones intermedias a diputados de este aí±o?
Los ciudadanos tenemos ganas de cambios reales y muchos una ideologí­a marcada respetable (siempre que ésta sea democrática y defienda la libertad para disentir). Sin embargo, el juego del poder, tiene otra lógica. En esta dinámica, no podemos olvidar, que nos encontramos también la búsqueda ciudadana del beneficio inmediato. Todos lamentamos la rapií±a de algunos cancunenses cuando asaltaron los centros comerciales en el Wilma; o las escenas de camiones accidentados saqueados. Muchos se rasgan las vestiduras y lapidan a los muertos y heridos que robaron gasolina en Tlahuelilpan; pero buena parte de los ciudadanos que critican estas situaciones se decepcionan cuando su diputado no les apoya con beneficios concretos; cuando no son ”jalados» para trabajar en la administración; y no entregan el voto si no reciben despensas, dinero o cualquier otro tipo de pago en especie.
Todo esto es lamentable, y la única alternativa es la división de poderes real; la fortaleza institucional; el trabajo constante de las organizaciones de la sociedad civil; y el paulatino cambio de una cultura polí­tica autoritaria clientelar, por otra democrática participativa.

Graciela Machuca

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