Hospitales de guerra en Ciudad de México

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Algunos centros sanitarios de la capital mexicana atienden a ví­ctimas y verdugos del crimen organizado. En ellos se sufre la falta de medicinas y el exceso de pacientes

VíCTOR USí“N | EL PAíS

Entrada del Hospital Balbuena en Ciudad de México.

En terapia intensiva del hospital Balbuena, los médicos aseguran que más que salvar vidas, reviven a los muertos. Hasta allí­ llegan los pacientes más graves de una de las zonas más consumidas por la violencia de la Ciudad de México. En su sala de urgencias hay un buen número de baleados, acuchillados, asaltados o atropellados. En él no hay tregua.

Los vecinos de Tepito, la Merced o la Guerrero van al Balbuena. Son los barrios más bravos, donde la tragedia ocurre 24 horas al dí­a, 365 dí­as al aí±o. ”Todos hemos tenido que operar con policí­as rodeándonos», relata un cirujano del centro que prefiere no dar su nombre. Aquí­ los enfermos de gripe se mezclan con ví­ctimas y autores de asaltos. En estos hospitales en los que se cura a los heridos que va dejando la violencia, el personal denuncia que además faltan medicinas y están desbordados. ”En el área de choque hay unas 10 ó 12 camas y a veces está al doble de su capacidad», cuenta un médico interno.

”Llegan muchos heridos por accidentes de tráfico. A veces vienen narcotraficantes, secuestradores o asesinos, algunos procedentes de la cárcel. En alguna ocasión han entrado armados al centro para llevarse a su compaí±ero recién operado. Y también nos hemos encontrado atendiendo a la vez al asaltante y a su ví­ctima. Uno enfrente del otro, mirándose a los ojos», sostiene Mario, un cirujano del Balbuena con 25 aí±os de experiencia que como el resto del personal médico que participa en este reportaje prefiere no dar su nombre por miedo a sufrir represalias en su trabajo.

Aquí­ se topan con la violencia de la Ciudad de México que sufre una de las peores epidemias de asesinatos de los últimos aí±os. Entre mayo y agosto de 2017 la tasa de homicidios dolosos fue la más alta desde 1997 cuando comenzaron los registros, según el Observatorio Ciudadano de la capital. En el primer semestre de este aí±o se denunciaron 541 crí­menes de este tipo lo que supone en torno a un 30% más que en 2013.

Las secuelas que dejan estos datos llegan hasta el Balbuena, pero el hospital es sagrado. En su interior las disputas se enfrí­an y los disparos se frenan. Aquí­ es el médico el que tiene el mando. Pero burlar la seguridad no parece excesivamente complicado y aunque en su interior se celebre una tregua, en ocasiones el crimen también se salta esta regla.

”El personal pone todo su corazón y parte del bolsillo», relata una doctora

”Hace mucho que no ocurre pero, aí±os atrás, un miembro del narcotráfico resultó herido, vinieron sus compaí±eros a sacarlo y el asistente de la dirección recibió una buena tunda. Tampoco es lo habitual pero hace seis o siete meses hubo una pelea en la Merced, llegaron aquí­ heridos y, tanto dentro como fuera del hospital, se agarraron a trancazos», relata Mario.

Pero sanar las heridas de la violencia no es exclusivo del Balbuena. En el hospital de la Villa o el Regional Iztapalapa se atiende también las bajas que va dejando el crimen organizado. ”Acabamos de tener dos heridos de bala que son padre e hijo y a otro que fue acuchillado en la garganta», cuenta una enfermera del primero. Situados en zonas cercadas por el crimen organizado, sobre todos ellos recae un mismo estigma: son hospitales de guerra. Un concepto que utiliza el personal médico para denominar aquellos centros donde llegan numerosos pacientes en estado crí­tico, faltan medicinas y sobran enfermos.

”Muchos médicos acaban comprando el material o consiguiéndolo en otro lado. En estos hospitales el personal pone todo su corazón y parte de de su bolsillo», relata ví­a telefónica Rosa, una doctora del hospital Regional Iztapalapa.

Curar graves heridas con carencias

Mientras pide su almuerzo frente al hospital de la Villa, una recién licenciada en enfermerí­a cuenta que si no hay bolsas para la orina se aprovechan los goteros cuando se terminan. En el Xoco, dos enfermeras interrumpen su café para denunciar que en ocasiones les faltan vacunas como la del tétanos y medicinas como la Enoxaparina y un médico aí±ade que tampoco tienen algunas suturas y que a veces ni siquiera hay suficientes sábanas limpias. ”Pese a todo, siempre nos las apaí±amos para ofrecer lo que el paciente necesita, buscando un medicamento que lo sustituye y mirando alternativas», seí±ala otro doctor de este centro, que aunque alejado de la violencia, también se considera un hospital de guerra.

”Diosito es grande», se escucha con júbilo en uno de los quirófanos del Balbuena durante una intervención. Las expresiones serias y concentradas se han transformado, de repente, en sonrisas y muestras de alegrí­a. Entre los bisturí­s y pinzas de disección se han encontrado con un material del que nunca creyeron que dispondrí­an. Un clavo del tamaí±o exacto para el hombro del paciente operado. ”Sobró en otra operación, lo esterilicé y lo traje por si era necesario», aclara la enfermera ante la sorpresa de los médicos. Una imagen que evidencia la carestí­a que ocurre en estos centros, pero que no es exclusiva de la Ciudad de México. La falta de medicinas y la saturación de enfermos se produce en otros muchos hospitales del paí­s.

”Tenemos lo mí­nimo indispensable y con ello hacemos cosas de las que se sorprenderí­an en otros hospitales. A veces no tenemos suturas adecuadas para dar contención al tejido daí±ado y, sin embargo, a los pocos dí­as el paciente ya camina. Por eso decimos que son hospitales de guerra», cuenta otro cirujano del Balbuena.

Administrados por la Secretarí­a de Salud de la capital -que ha preferido no hacer declaraciones para este reportaje-, en estos hospitales se atiende al paciente aunque no tenga seguro médico. A ellos llegan los más desprotegidos, los más pobres de los barrios más humildes de la capital mexicana. Se convierten así­ en la única esperanza para quien no tiene trabajo o su empleo forma parte del extenso campo de la economí­a informal en México.

Alejados ya de aquellos aí±os en los que ”a veces no habí­a ni jeringas y escaseaba la comida», cuenta Rosa, la batalla continúa para suturar las heridas que deja a su paso el crimen organizado. Una lucha, rodeada de carencias, en la que un cirujano como Mario, con 25 aí±os de experiencia, ejerce por no más de 14.000 pesos (740 dólares) la quincena. ”Con una cirugí­a privada gano lo mismo que 15 dí­as aquí­. Quienes aquí­ trabajamos lo hacemos por vocación. No se explica de otra forma».

Graciela Machuca

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