Un sí­mbolo llamado ílvaro Obregón 286

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Fue rescatado el último cuerpo bajo los escombros del edificio tras el terremoto del 19S. El inmueble se ha convertido en un ejemplo de solidaridad, corrupción y desprecio institucional

JACOBO GARCíA | EL PAíS

El lugar que hace dos semanas era un hervidero de rescatistas, ambulancias, soldados y madres llorando en la acera, es este miércoles un cruce de calles en silencio, donde quedan algunas carpas vací­as, cubos de basura y cintas amarillas para impedir el paso.

En la esquina de ílvaro Obregón, 286 donde hace dos semanas habí­a miles de jóvenes cargando cascotes en cadena, ahora hay un grupo de funcionarios desganados y dos cámaras de televisión.

El domingo dos, el lunes seis, el martes uno y el miércoles otro. Desde que fue recuperado el último cuerpo, ya no es el mejor lugar de la ciudad para hacer los directos.

Tras el terremoto de 1985, también en la colonia Roma, el estadio de béisbol se convirtió en sí­mbolo de la devastación donde cientos de cuerpos fueron alineados sobre el pasto en bolsas y en ataúdes de cartón, hasta que se dejó de contar.

32 aí±os después, el edificio de ílvaro Obregón 286 es el perfecto resumen del terremoto del 19 de septiembre: la solidaridad entusiasta y milenial, la corrupción urbaní­stica y el desprecio institucional.

A las 13:14 el edificio de oficinas quedó reducido a un amasijo de hierros, columnas, vigas y hormigón, cuando todos comí­an. Dentro habí­a 77 personas y comenzó una carrera contra el reloj de cientos de espontáneos por tratar de hallar supervivientes.

Los primeros tres dí­as se movieron los cascotes de forma frenética y desorganizada y después precisa, pero desesperadamente lenta. Durante la primera etapa, 28 personas fueron recuperadas con vida, a la que luego le siguió un macabro goteo de cuerpos hasta sumar 49.

Durante 15 dí­as y 15 noches esta esquina a medio camino entre las colonias Roma y La Condesa, fue un tiovivo de emociones donde decenas de familias aguardaban bajo una carpa de plástico con la cabeza entre las manos. Un dí­a los sensores israelí­es detectaban calor humano, y otro se extendí­a el rumor de que la maquinaria pesada estaba lista para intervenir.

”Lo que más me preocupa es saber cómo estará ella ahí­ dentro, bajo los cascotes», sostení­a esperanzada la tí­a de Noemí­ Manuel, una secretaria del Estado de México de 21 aí±os, cuatro dí­as después del sismo. O la familia del espaí±ol, Jorge Gómez, cuya novia, Irene, pasó diez noches de lluvia junto a los rescatistas. Fue la espera de los mineros chilenos, pero sin final feliz.

El estado de ánimo al pie de la mole de concreto pasó de zozobra a irritación, a medida que se conocí­an detalles del edificio, ubicado en una de las zonas de mayor plusvalí­a de la ciudad.

El inmueble de tres pisos, que se vino abajo en 15 segundos, tení­a, en realidad, seis niveles construidos, tres más de los permitidos. Además, para levantarlos se utilizaron placas cinco veces más pesadas de lo habitual: ”Se hicieron dos cosas terribles; construir tres nuevos pisos, y hacerlo con losa catalana’, que tiene 60 centí­metros de grosor cuando lo habitual es de 12 o 14 centí­metros», reconoció ante los familiares Humberto Morgan, coordinador de Movilidad del Gobierno de la capital.

Durante la espera, el improvisado campamento levantado a pocos minutos caminando del centro financiero del paí­s, ha sido todo menos un lugar de paz y duelo. Seis dí­as después del terremoto las familias exigieron a gritos a los soldados que permitiera el acceso de los Topos, los rescatistas mexicanos conocidos por su valiosa aportación en el 85, y cuyo trabajo restringí­an para facilitar el trabajo de los israelí­es y sus modernos aparatos. ”Si no van a ayudar, no estorben, cabrones», les gritaban al otro lado de la valla.

Las familias descubrieron también que varios cuerpos habí­an salido hacia la morgue mientras las familias aguardaban bajo el sol y la lluvia más de 80 horas sin que nadie les hubiera avisado. El motí­n familiar obligó a que un funcionario explicara cada dí­a el paradero de sus hijos y hermanos, previa firma de un documento de confidencialidad.

El sismo de 7.1 de hace dos semanas causó en Ciudad de México 228 muertos, 21 heridos que siguen hospitalizados, 30 edificios derrumbados y otros 1.000 inmuebles más desalojados por temor a que cualquier réplica los tumbe en pocos segundos.

En las inmediaciones del edificio que se tragó a 77 personas hay atmósfera de panteón, aunque el ruido del tráfico ha recuperado a codazos su espacio.

A varias cuadras de ahí­, el estadio de béisbol es ahora un enorme centro comercial. Los vecinos esperan algo mejor para el nuevo sí­mbolo que dejó la tierra en ílvaro Obregón 286.

Graciela Machuca

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