El último hablante de chaná, una lengua que se creí­a extinguida desde hace un siglo

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El documental Lantéc chaná’ rescata la memoria de un grupo étnico que vivió en el litoral argentino a través del testimonio de Blas Jaime

MAR CENTENERA | EL PAíS

Blas Jaime, a orillas del rí­o Uruguay.

El argentino Blas Jaime atesora en su cabeza un idioma indí­gena que se consideró extinguido durante más de 100 aí±os, el chaná. Se lo enseí±ó su madre, quien lo habí­a aprendido de su abuela, que a su vez lo heredó de la bisabuela, en una cadena de transmisión oral secreta que se remonta a siglos atrás, cuando comenzaron a ser perseguidos por los colonizadores espaí±oles y evangelizados a la fuerza, en las orillas del rí­o Uruguay. «Los nombres aborí­genes fueron prohibidos (…) Y a las nií±as que hablaban chaná les cortaban la punta de la lengua», recuerda Jaime en el documental Lantéc chaná, filmado por la directora argentina Marina Zeising.

Este expredicador mormón de 71 aí±os no enseí±ó el idioma a su hija y renegó de él durante décadas. Su vida cambió cuando en una conversación casual mencionó que hablaba chaná y la noticia llegó a oí­dos del investigador Pedro Viegas Barros. «Los chanás no existen», fue la primera respuesta de Viegas. Escéptico, se trasladó de Buenos Aires a Paraná para verle. Y allí­ comprobó que el vocabulario que Jaime habí­a retenido durante noches de enseí±anza materna correspondí­a con el único testimonio escrito de la lengua de su etnia, el Compendio del idioma de la nación chaná, escrito por Dámaso Larraí±aga en 1823 a partir de entrevistas a ancianos de esta tribu, que durante siglos vivió de la pesca y de lo que le proveí­an los rí­os.

«Timú» le dice el chaná al hijo. «Atá» es el agua, «ata má» es el rí­o, y «vanatí­ ata ma» los hijos del rí­o, los arroyos. «Beada» -la palabra favorita de Jaime- significa madre y «beada á», la Tierra. El árbol es el hijo de la Tierra, «vanatí­ beada», y sus ramas se denominan «palá».

Viegas escuchó esas palabras de Jaime por primera vez en 2005. Desde ese momento, ambos se embarcaron en una odisea para reconstruir la lengua y la cultura chaná e intentar que no desaparezca. En 2010 el idioma fue incluido en el Atlas de lenguas del mundo en peligro de la Unesco y en 2014 publicaron el primer Diccionario Chaná-Espaí±ol Espaí±ol-Chaná. La cinta de Zeising es un nuevo testimonio de la recuperación de la memoria de uno de los pueblos indí­genas que habitaron el extremo sur del continente americano.

«El dí­a que (mi hija) Evangelina se haga cargo de transmitir el chaná, yo preferirí­a volver a la Iglesia», dice Jaime a EL PAíS tras la proyección del documental, recién estrenado en Argentina. Entrecierra sus ojos oscuros, se apoya en su bastón y en voz baja lamenta no haberle enseí±ado la lengua de nií±a. Cuando más tarde quiso hacerlo, su hija se negó. «Me dijo que no querí­a ser india, que la iban a maltratar e insultar», recuerda. El sentimiento es común en numerosos descendientes de indí­genas en Argentina, un paí­s que no reconoció los derechos de los pueblos originarios hasta 1994. Evangelina cambió de opinión al ser madre. Comenzó a estudiar chaná y ahora ayuda a su padre a dar clases a alumnos que quieren aprenderlo.

A Jaime le gustarí­a que además de conocer su lengua, los argentinos adoptasen algunos de los valores de sus antepasados. «El principal es el respeto a la mujer», subraya, al recordar que el pueblo chaná era un matriarcado, en el que eran las mujeres las responsables de impartir justicia y de transmitir la cultura de madres a hijas. «También el respeto a los nií±os y a la madre naturaleza. Los chanás creemos que es un ser vivo y que su sangre son los rí­os y los arroyos», continúa. La difusión de un pedazo de la historia de Argentina le ha quitado soledad a los últimos aí±os de su vida y le emociona hasta las lágrimas la esperanza de que su lengua le sobrevivirá.

Blas Jaime.

Graciela Machuca

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