¿Por qué nunca se ha abierto la tumba que vigilan los famosos Guerreros de Terracota en China?

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Figuras del Ejército de Terracota

En marzo de 1974, Yang Zhifa, un agricultor, junto con sus cinco hermanos y su vecino Wang Puzhi, estaban cavando un pozo en campos de granada y caqui a una hora al noreste de Xi’an, capital de la provincia china de Shaanxi. Sus palas golpearon una cabeza de terracota que confundieron con una imagen de Buda.

Lo que los campesinos habí­an hallado resultó ser uno de los mayores descubrimientos arqueológicos del siglo XX: miles de guerreros de terracota de tamaí±o natural y hábilmente esculpidos en el siglo III a. C. bajo el reinado de Qin Shi Huang, el primer emperador de una China unida.

Tal vez fue una suerte que este ejército subterráneo fuera descubierto al final de la Revolución Cultural de Mao Zedong.

En 1969, los Guardias Rojos habí­an incursionado en la tumba subterránea del emperador Wanli (1563-1620) de la dinastí­a Ming, en las afueras de Pekí­n.

Los esqueletos del emperador y dos de sus emperatrices fueron arrastrados a la puerta de la tumba, y quemados públicamente.

El descubrimiento de legiones de guerreros de terracota de tamaí±o natural entusiasmó a China y el mundo.

Los soldados de Qin Shi Huang marcharon al Museo Británico en septiembre de 2007. Durante los seis meses siguientes, más de 850.000 visitantes fueron a conocerlos.

Sólo los Tesoros de Tutankamón en 1972 atrajeron a una multitud más grande.

Los guerreros son realmente especiales. Enterrados en formación en trincheras forradas de ladrillo, cada uno parece tener su propio carácter, aunque en realidad sus rostros con bigotes se derivan de 10 tipos básicos.

Originalmente pintados en rojo brillante, azul, rosa y oro, hoy los guerreros de Qin Shi Huang carecen de color.

El tiempo y los estragos de la naturaleza también los privó de las verdaderas armas que alguna vez portaron.

Cuidado con entrar

Curiosamente, el gran número de guerreros y su arsenal sugiere que se esculpieron a través de una forma temprana de producción masiva.

¿Debí­amos haber esperado algo menos de Qin Shi Huang, el dinámico joven rey que unió a China en 221 ANE y forjó su vasto imperio mediante la imposición de sistemas únicos de escritura, dinero, peso y medidas junto con canales y caminos?

Para proteger su frontera norte, el emperador comenzó la construcción de la Gran Muralla de China.

Cuando murió a los 39 aí±os, presumiblemente por envenenamiento por mercurio, Qin Shi Huang habí­a completado su colosal tumba subterránea.

La escala del mausoleo del emperador chino, del tamaí±o de una gran ciudad antigua, sigue siendo impresionante. Su núcleo es una pirámide que alguna vez alcanzó 100 metros.

Ladrones de tumbas

En cuanto a los 8.000 guerreros de terracota -de pie en formación vigilando la tumba- están allí­ para salvaguardar los secretos del imperio subterráneo de Qin Shi Huang.

Y seguirán siendo secretos, quizás por muchos aí±os, porque la tumba sigue sellada.

Arqueólogos y museólogos de todo el mundo están de acuerdo en que abrir la tumba serí­a un desastre, ya que la exposición al aire la daí±arí­a irremediablemente.

En excavaciones tempranas para descubrir a los guerreros de terracota, la laca debajo de sus caras pintadas y uniformes se encrespó después de sólo 15 segundos.

Pero además, según el historiador Sima Qian del siglo II ANE, cuya descripción del mausoleo ha demostrado ser mucho más exacta de lo que creí­an los historiadores modernos, rí­os de mercurio rodean la cámara funeraria del emperador.

De ser así­, serí­a peligroso entrar.

Estudios cientí­ficos recientes han demostrado que aquí­ el suelo contiene concentraciones inusualmente altas de mercurio, aunque sigue siendo una pregunta sin responder si los sirvientes del emperador podrí­an haber producido tanto metal lí­quido.

Si nadie está dispuesto a entrar, o incluso a sondear la tumba por temor a causar daí±o a los tesoros que seguramente se encuentran dentro, hay otras razones para mantenerse bien lejos.

Según Sima Qian, ballestas mecánicas resguardan entradas y pasillos.

¿Existen? ¿Se han descompuesto o, al estar cromadas, podrí­an enviar todaví­a flechas mortales silbando a través de la oscuridad hacia los torsos de carne y hueso de los Indiana Jones modernos?

La conexión griega

Hasta que se descubran nuevas técnicas, los secretos de la tumba de Qin Shi Huang seguirán siendo un misterio inquietante.

Mientras tanto, el ejército de guerreros de terracota que se encuentra más allá, también está rodeado de varias especulaciones.

Cuando se descubrieron más fosas durante los aí±os 70, se encontraron guerreros montados y carruajes conducidos por esculturas de caballos de tamaí±o natural, junto con réplicas de generales y altos funcionarios.

Los soldados de infanterí­a conocidos por tantos visitantes de todo el mundo se han unido desde entonces a arqueros de pie y arrodillados, carruajes con lanzas, hombres fuertes, acróbatas, bailarines, músicos y exquisitas esculturas de bronce de cisnes, patos y grullas.

Las muestras de ADN tomadas de una serie de esqueletos sugieren que algunos miembros de la enorme fuerza laboral del emperador eran de origen europeo.

¿Habí­an mostrado los antiguos griegos a los chinos cómo esculpir figuras y caballos tan magní­ficamente como habí­a hecho Fidias en su estudio cuando talló el friso del Partenón en el siglo V a. C. en Atenas?

Ciertamente nada como los guerreros de terracota o sus caballos habí­a sido visto en China antes de la construcción del mausoleo de Qin Shi Huang.

Un descubrimiento que no dejó nada

Yang Zhifa, sus hermanos y Wang Puzhi descubrieron las esculturas hace 43 aí±os.

Los agricultores obtuvieron poco o nada de su descubrimiento.

Les quitaron las tierras a causa del interés turí­stico y en 1997, pobre y enfermo, Wang Puzhi se ahorcó.

En tres aí±os, Yang Wenhai y Yang Yanxin, desempleados e incapaces de pagarles a los médicos, murieron a inicios de sus quintas décadas de vida.

En 2007, Liu Xiquin, esposa de Yang Quanyi, cuya casa familiar habí­a sido demolida, dijo al South China Morning Post que su marido temí­a que él y sus hermanos «pudieran haber traí­do mala suerte de alguna manera, y todaví­a se pregunta si tal vez los soldados debí­an haberse quedado bajo tierra».

Graciela Machuca

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