Mientras Octavio Paz (1914-1998) y Marie José Tramini se casaban en el jardí­n de la embajada mexicana en India, una manada de tigres de Bengala rugí­a con fuerza. ”Es verdad, ¿de qué se rí­e?», ataja la viuda del poeta y ensayista mexicano, premio Nobel de Literatura 1990. ”Es que era la hora en que les daban de comer a los tigres en el zoológico que estaba cerca», aclara con un repiqueteo de sonidos guturales franceses.

Marie José Paz —Mariyó, como la llamaba su marido— era una mujer casada con un diplomático francés cuando, en ”un atardecer magnético» de 1962, conoció al autor de El laberinto de la soledad en el barrio de Sunder Nagar de Nueva Delhi. ”Yo era muy joven para divorciarme y pronto me fui de India, sin despedirme de Octavio». Pero el destino (”porque fue eso: el azar del destino») harí­a que se reencontraran meses después en una calle de Parí­s. Marie José se divorció, se fue a India con Octavio (quien también se habí­a divorciado de su primera esposa, la escritora mexicana Elena Garro), donde él seguí­a siendo embajador de México, y se casaron en 1964 bajo un frondoso nim lleno de ardillas.

Entre ambos se consolidó una historia ”muy literaria», regida por la fatalidad de la atracción y la libertad de la elección. Cuando la pareja se instaló en un piso del paseo de la Reforma, en México DF, sus dí­as transcurrí­an entre la escritura, decenas de viajes, el cuidado de un invernadero y de algunos gatos. A primera hora, Marie-Jo leí­a los periódicos y seleccionaba lo que pudiera interesarle a su marido. Desayunaban juntos y luego él se metí­a a su estudio para escribir ”sin interrupciones». Por la tarde iban al mercado, al tenis (”solo jugaba yo. Pero Octavio me acompaí±aba, el pobre»), al cine, a una cena o se quedaban en casa viendo la tele (”¿sabe que a Octavio le encantaban Los Simpson?»).

¿No les hicieron falta hijos? ”Pensamos en tenerlos, pero yo necesitaba una operación que nunca quise hacerme. No obstante, ahora que veo a Salma Hayek y a tantas otras tener su primer hijo a los 40, digo: Me la hubiera hecho’. Pero nuestro amor fue tanto que parecí­a que no necesitábamos hijos. ¡Tení­amos tanto que hacer, tanto que compartir!».

La noche del 21 de diciembre de 1996, un cortocircuito provocó un incendio en su piso. ”Cuando llegaron los bomberos, subí­ y vi cómo se habí­an quemado varios libros, muchos recuerdos que tení­amos de India, de Afganistán… un mueblecito donde Octavio tení­a las primeras ediciones de sus libros. Estuvo bien que hubiera sido yo la que vio eso, para que él no tuviera la sensación de infierno».

Porque el entonces presidente de México, Ernesto Zedillo, se los ofreció, la pareja se mudó a una casa del colonial barrio de Coyoacán. Ahí­ pasó los últimos dí­as de su vida el escritor que el próximo 31 de marzo habrí­a cumplido 100 aí±os. ”Desde 1977, Octavio viví­a con un solo rií±ón. A los 80 lo operaron del corazón… En fin, ya habí­a salido de otras enfermedades. Por eso, cuando le diagnosticaron cáncer en los huesos, pensé que se iba a salvar. Pero no… Me queda la satisfacción de haberlo hecho feliz. Al final me lo dijo: Soy feliz porque estoy con la mujer que amo y que me ama’. Y se fue». Eran las 22.30 del domingo 19 de abril de 1998.

Marie José Paz recuerda y la invade la melancolí­a. Echa de menos compartir una exposición o un viaje ”con Octavio». Pero varias de las actividades que realiza en los últimos aí±os giran en torno a él. Revisa, corrige, aprueba, opina, coordina… libros y eventos. ”Quisiera ser digna de su memoria».

 

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Graciela Machuca

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