Ser periodista en Colombia hasta hace poco era un oficio aprestigiado, así­ no fuera ni bien pago, ni la mejor manera de hacer amigos. Sin embargo, de un tiempo para acá, esa aureola respetable con que la sociedad nos ungió en aí±os pasados se nos ha ido evaporando en la medida en que la opinión pública, que no es boba, se ha dado cuenta de que el periodismo que se practica hoy en Colombia es sinónimo de soberbia, de likes, de arrogancia y de genuflexión ante los poderes económicos y polí­ticos, y que valores como la independencia y la ética son parte ya de la prehistoria.

Ese repudio y hastí­o frente al papel que desempeí±an los periodistas y los medios lo vení­a notando en las conferencias sobre periodismo a las que me invitan con alguna frecuencia, y en las que las crí­ticas a los medios sobrepasaban incluso las crí­ticas a la corrupción en los partidos polí­ticos y en las instituciones gubernamentales. Me sorprendió también ver esa misma reacción en las ví­ctimas de Bojayá que estuvieron en la ceremonia de reconciliación con las Farc. Para ellas, los medios son un enemigo tan temido como las Farc o los paramilitares. Luego de esa amarga experiencia tuve la impresión de que los medios tení­amos que reflexionar seriamente sobre nuestro papel y sobre el periodismo que estábamos haciendo. Algo debí­amos estar haciendo muy mal para que una comunidad como la de Bojayá hubiera prohibido la entrada de periodistas el dí­a de la ceremonia de reconciliación por considerarnos un agente perturbador.

Sin embargo, fue con el linchamiento que se dio en las redes sociales contra Vicky Dávila, por haber sacado en La F.M. de RCN un video en el que se veí­a al exviceministro del Interior y a un policí­a en una conversación sexualmente explí­cita, que este malestar llegó a su cenit. Ese dí­a en que se publicó el video, una seí±ora me enrostró a mí­ la publicación, y me dijo que estaba hastiada porque los periodistas se creí­an dioses y jueces. No le pude decir nada, porque tení­a razón. Por la noche, un taxi al que me subí­ me insultó cuando supo que era periodista. Tampoco pude decir algo en favor de los colegas.
No voy a defender la publicación del video de marras -no lo habrí­a publicado por considerarlo innecesario para la investigación que estaba adelantando la periodista en torno a una red de prostitución que habrí­a existido al interior de la Policí­a-, porque lo que me interesa para esta discusión es la manera virulenta como aplastaron a Vicky Dávila en las redes. La indignación fue tan tenaz que era evidente cómo a Vicky no solo le enrostraron su error, sino todos los excesos que los periodistas y los medios hemos cometido.

Yo atenderí­a este clamor, así­ sea exagerado e injusto con la propia Vicky Dávila, quien por un error de criterio periodí­stico no merece ser lapidada en las redes. Y lo atenderí­a porque hay en esa reacción un mensaje que la sociedad nos está mandando y que no deberí­amos hacer a un lado con la soberbia que siempre nos caracteriza.

Hace rato el periodismo en Colombia perdió su dignidad porque se comenzó a ejercer con los mismos estándares éticos con que se hace polí­tica en el paí­s. Hay periodistas corruptos que han convertido el periodismo en un negocio; trafican con la información y se aprovechan de su condición de periodistas para acceder a lugares con el propósito de engordar sus bolsillos, mover procesos o conseguir dádivas. Periodistas que además son intocables porque la Fiscalí­a ni los emplaza ni los investiga, como bien lo resaltó hace poco en una columna en El Paí­s de Cali, Gustavo Gómez. Hay columnistas que no declaran sus conflictos de intereses pero sí­ tienen el coraje de exigí­rselos a los polí­ticos y a los ministros que denuncian. Y hay periodistas que se meten a tocar temas en los que sus novios o sus maridos son protagonistas sin decirle a la audiencia cuáles son sus relaciones con el poder, argumentando que se trata de su vida privada. Hay periodistas que trapean con los ministros, con los alcaldes, con los superintendentes con una soberbia propia de quien se cree de una casta superior. Y también hay periodistas que investigan no para descubrir la verdad de los escándalos sino para tumbar a funcionarios, a ministros o a presidentes y nutrir de esa forma su egoteca y su rating.

El periodismo es una herramienta fundamental para garantizar la libertad de expresión y es vital en una democracia. Ojalá que los periodistas aprendamos la lección de lo que sucedió con Vicky Dávila y volvamos a los fundamentos del periodismo. Todaví­a estamos a tiempo de enderezar el caminado y lo que menos necesitamos es que sea el presidente Santos quien nos dé clases de periodismo. Ahora, si persistimos en seguir acabando con el oficio terminaremos por finiquitarlo.

 

semana.com

 

 

Graciela Machuca

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