DE NINGUNA PARTE, Mauro Barea: letras y párrafos

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Alguna mariposa aleteó en alguna parte de Asia, en el Tí­bet, a diez mil kilómetros de distancia. Al despertarme y ver los titulares de Cancún, no pude más que sorprenderme. Los pioneros, fundadores, mis padres, mi transitar por esta ciudad donde nací­, todo me confirmó que jamás se habí­a visto así­ la costa cancunense, ya no se diga la Riviera Maya. Toneladas y toneladas de sargazo y alga marina, sepultando arena reciclada de huracanes, y manchando de forma dramática el azul turquesa, sí­mbolo del Caribe mexicano, un sí­mbolo que no se habí­a trastornado así­, hasta ahora.
Algo similar sucedió en 2012, no con la intensidad de este aí±o.

porestoQue si las corrientes, que si los cambios en el Orinoco y Brasil. Pesticidas usados indiscriminadamente en Estados Unidos. Que si el Mar de los Sargazos escupe su basura y recala hasta nosotros. Los turistas ven y se van, maldiciendo. Las actividades acuáticas se paralizan por ratos. Los prestadores de servicios sudan, los hoteleros, callan, no pueden siquiera abrir la boca a algo con lo que jamás se habí­an enfrentado. Esclavizan empleados, impulsan a sus subordinados para elevar la ocupación y aumentar la satisfacción del cliente, pero no pueden lidiar con las adversidades naturales de este calibre, y aplican lo fácil: quitarlo, quitarlo y quitarlo, dí­a tras dí­a. Pero el seí±or Sargazo no cede de momento. Los huéspedes empiezan a exigir lo que el operador turí­stico les ofreció y demandan la inmediata devolución de su dinero; no vinieron a contemplar montaí±as de vegetación muerta, vinieron a asolearse y baí±arse en las mejores playas de México. Hoy, no hay tales playas.

Maquinaria pesada intenta apartar los cerros, como nií±os desesperados tratando de tapar innumerables goteras en una tormenta. No pueden. Anochece y amanece y las toneladas de vegetación olorosa se estancan en la costa, como parte de una broma cruel. Algo parecido habí­a pasado en 2012, pero no se acerca a lo que se vive este 2015. ¿Empieza, se acabará pronto? No llegan resultados de estudios solicitados a universidades, llegan más bien profecí­as y noticias de plagas del libro del í‰xodo. En dí­as pasados se registró la caí­da de un aerolito en la zona iluminando el cielo, según testigos; hizo eco en las redes sociales y se habló de armagedones mayas en tono de broma. Esto no ha hecho más que reavivar el imaginario bí­blico y popular.

Resulta un tanto irónico que apenas en semanas pasadas se anunciara con toda confianza y contundencia la ”certificación de playas» en Cancún en el XI Encuentro Nacional de Playas. Diplomas, aplausos, palmaditas entre polí­ticos y autoridades. Pero el Caribe tení­a otros planes. Si de algo podemos estar seguros, es que nosotros, humanos, no podemos certificar ninguna playa. Un hotel, un restaurante, un servicio, claro que sí­. ¿Una playa? ¿Se puede estandarizar a la naturaleza de ese modo? Pasó algo similar en los ochenta: ”en Cancún no entran huracanes», ”Hay una barrera natural que nos protege, Dios bendice el Paraí­so. No hay que alarmar a los turistas.» Y Dios dijo ni tardo ni perezoso, hágase Gilberto, y nos mandó al Gilberto en 1988, el segundo huracán más potente de la Historia del Atlántico. Nos sepultó de agua, arena y de vidrios.

Después de Wilma, en 2005, las playas habí­an desaparecido tras sesenta horas de embate ininterrumpido del huracán más potente de la Historia registrada en el Atlántico. Se pagaron millones para restablecerlas, maquinarias sofisticadas vomitaron del lecho marino arena ajena, que no le pertenecí­a a la barrera de dunas, pero que rescatarí­a la Zona Hotelera. El hombre corrigió a la naturaleza, y se ufanó de ello. El Turismo debe prevalecer, por sobre todo, y se consiguió. Tiempo después, una tormenta intentó hacer lo mismo, y se sudó frí­o. Resultó que el vestido de arena le quedaba holgado a la dama, y se le caí­a con facilidad. Se repitió el procedimiento, y pareció asentarse, por fin.

Una mariposa aleteó en alguna parte de Asia, en el Tí­bet. Una mariposa aleteó y el sargazo llenó la canasta en el Caribe mexicano, la rebosó, y a menos que la Naturaleza lo decida, parará, y esto no es por ningún motivo algo malo. El sargazo, como apuntan los expertos, es caracterí­stica de una costa sana y sirve para fijar la arena en las playas y formar la duna, barrera natural contra huracanes como Gilberto o Wilma. En los diarios veo que esto no vale en un destino turí­stico, y por el momento la maquinaria ronronea con nerviosismo, rastrillando, paleando sin cesar.

Es de hacer notar el silencio hotelero. ¿Se reunirán en algún desayuno o cena de gala a discutirlo? ¿Qué pasó con la certificación? Lo cierto es que Cancún no puede perder un solo dí­a del aí±o en playas que ”no sirven» para el propósito turí­stico. Si se dejara unos 120 dí­as ese sargazo ahí­ en la costa, se tendrí­an playas más extensas, justo lo que querí­amos tras Wilma. ¡Pero eso no puede pasar! Afea, apesta, y en una zona exclusiva de cinco estrellas, esto es inadmisible, y más en ”playas certificadas». Lo que es cierto, como apunté antes, y al ver las impresionantes fotos, esto es algo sin precedentes en la corta historia de la ciudad.
En Sian Ka’an recala basura de unos 45 paí­ses.

Solo dos cosas para complementar: hace dos aí±os vi en un documental espaí±ol un reportaje sobre el recale de basura en la costa de Sian Ka’an: plásticos con logotipos de hecho en Inglaterra, China, Rusia y Finlandia, en fin, algo para tomar en cuenta. No se tomó en cuenta. Las corrientes marinas, de acuerdo a CNN, llevan la basura de 45 paí­ses directamente a un área natural protegida, lo que se comprueba de que hoy nadie sabe quién es el vertedero de quién.

Lo segundo: tenemos ya un séptimo continente hecho de basura en el océano Pací­fico, conocido como ”la gran sopa de plástico», entre otros motes poco agradables, de un tamaí±o colosal. Se comenta de otra mancha tóxica en el Atlántico. El ser humano en definitiva ha cambiado la faz del planeta, y no nos extraí±e que un buen dí­a nos llueva basura, literalmente.
La Isla de la basura es una realidad.

Las apreciaciones son muchas y las conclusiones cientí­ficas se vislumbran muy lejos. Primero llegará un Moisés a ponernos en nuestro lugar con las plagas que faltan, tal como van las cosas. Quizá nos enfrentamos a un nuevo fenómeno, o al cansancio de una Tierra vieja que ya no nos está viendo con buenos ojos. Quizá ya nos estemos pasando de la raya, y la anciana Tierra nos esté dando avisos. Mientras, no podemos hacer más que quedarnos a la expectativa de los impredecibles planes que tiene el seí±or Caribe para con nosotros.

Graciela Machuca

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