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ROSA MONTERO

Es diminuta pero posee una cabeza rotunda, una cabeza que destaca en la delicadeza de su cuerpo de elfo. Viste ropas tradicionales pastún de alegres colores y su cara está enmarcada en un bonito chal estampado de flores y colocado con gracia. Se le ve el cabello, detalle muy importante en la tremenda jerarquí­a de tocados musulmanes para mujeres, desde la siniestra y carcelaria burka hasta el ligerohiyab. Parece una figurilla de belén, una pastorcita de terracota. ”Le voy a contar algo de mí­», le digo nada más sentarnos en la fea y burocrática sala privada de un hotel de Birmingham, que es donde se está celebrando el encuentro. ”Verá, yo he hecho muchas entrevistas durante décadas, hasta que hace cuatro o cinco aí±os me cansé y ya no hice más. Sin embargo, cuando me propusieron su nombre, inmediatamente dije que si. Así­ que usted es responsable de mi regreso a este género periodí­stico…» Malala me mira con una atención absoluta, con una concentración perfecta, una adolescente cautelosa y seria que lo controla todo. Empieza a darme las gracias, muy educada, como corresponde a lo que acabo de decirle. Le interrumpo: ”En realidad no se lo digo para halagarle, aunque desde luego la admiro; se lo digo porque me quedé pensando en el enorme efecto que tiene usted en tantí­sima gente alrededor del mundo. ¿No le agobian las expectativas que todos parecemos tener sobre usted?».

-No. Estoy entregada a la causa de la educación y creo que puedo dedicarle mi vida entera. No me importa el tiempo que me lleve. Me concentro en mis estudios, pero lo que más me importa es la educación de cada nií±a en el mundo, asi que empeí±aré mi vida en ello y me enorgullezco de trabajar en pro de la educación de las nií±as, y la verdad es que es una gran oportunidad tener esta entrevista hoy con usted. ¡Gracias!

Ha contestado con firmeza, con seguridad y con tanta profesionalidad que la última palabra la ha dicho en espaí±ol. Me la imagino aprendiendo a decir gracias en todos los idiomas de sus entrevistadores. Una nií±a aplicada. En su libro Yo soy Malala(Alianza Editorial) cuenta con gracia una anécdota reveladora: ”Mi profesor de Quí­mica [en Paquistán], el seí±or Obaidullah, decí­a que yo era una polí­tica nata porque, al comienzo de los exámenes orales, yo siempre decí­a: Seí±or, ¿puedo decirle que usted es el mejor profesor y que la suya es mi clase preferida?». El nivel de autocontrol de Malala me parece increí­ble: ¡tiene dieciséis aí±os! Pero, como se ve en su escalofriante y conmovedor libro, lleva viviendo una vida extremadamente adulta y anormal desde los diez. Lo talibanes no lograron ni matarla ni callarla cuando le metieron una bala en la cabeza, pero le robaron una buena parte de su infancia.

 -¿Ya está bien de salud?

-Estoy muy bien, y esto es por las oraciones de la gente, y también por las enfermeras y los médicos en el hospital, que me han atendido muy bien, y porque Dios me ha concedido una nueva vida. Hago fisioterapia una o dos veces al mes en el lado izquierdo de mi cara, porque el nervio facial que controla el movimiento de este lado fue cercenado por la bala y por lo tanto habí­a dejado de funcionar, pero ya han cosido el nervio, ha empezado a reconstruirse y está recuperándose muy bien. Ha alcanzado un 88% de recuperación.

-¿Le han dado ayuda psicológica?

-Sí­, los psicólogos del hospital me han ayudado. Vinieron y me hicieron muchas preguntas y a las dos o tres sesiones dijeron, Malala está bien y ya no le hace falta tratamiento… Además es muy aburrido.

La bala entró por debajo del ojo izquierdo y salió por el hombro. Le destrozó los huesos de media cara, cortó el nervio y rozó el cerebro, que se inflamó tanto que tuvieron que quitarle toda la tapa de la cabeza. Durante meses estuvo con el cerebro al aire y con el pedazo de cráneo metido, para su conservación, bajo la piel del abdomen (al final tiraron el hueso y le pusieron una pieza de titanio). También estuvo meses con medio rostro desplomado: no podí­a reir, apenas podí­a hablar, no podí­a parpadear con el ojo izquierdo y los dolores eran terribles. En su discurso a la ONU el pasado 12 de julio, el dí­a que cumplió dieciséis aí±os, se le notaban más las secuelas que ahora: la rehabilitación hace su efecto. Sigue siendo una chica guapa y sólo queda una ligera sombra de desequilibrio en su cara.

-Le pregunto todo esto porque usted ha pasado por una situación durí­sima, y ahora podrí­a tomarse cierto tiempo para recuperarse. Pero no, inmediatamente ha sacado usted este libro, que le obliga a volver a dar entrevistas y a estar de nuevo en primera lí­nea. Eso es una elección. Y parece dura.

Estar en primera lí­nea es mi vida. Ya no puedo abandonar

-Es que esto ya es mi vida, no es sólo una parte de ella. No puedo abandonar. Cuando veo a la gente de Siria, que están desamparados, algunos viviendo en Egipto, otros en el Lí­bano; cuando veo a toda la gente de Paquistán que está sufriendo el terrorismo, entonces no puedo dejar de pensar, ”Malala, ¿por qué esperas a que otro se haga cargo? ¿Por qué no lo haces tú, por qué no hablas tú a favor de sus derechos y de los tuyos?» Yo empecé mi lucha a los diez aí±os.

-Lo sé. Cuando llegaron los talibanes.

-En aquel entonces viví­a con mi padre en Swat, es nuestra región natal, y y los talibanes se levantaron y empezó el terrorismo, azotaron a las mujeres, asesinaron a las personas, los cuerpos aparecí­an decapitados en las plazas de Mí­ngora, nuestra ciudad. Destruyeron muchas escuelas, destruyeron las peluquerí­as, quemaron los televisores en grandes piras, prohibieron que las nií±as fueran a la escuela. Habí­a mucha gente en contra de todo esto, pero tení­an miedo, las amenazas eran muy grandes, así­ que hubo muy pocos que se atrevieron a hablar en voz alta en pro de sus derechos, y uno de ellos fue mi padre. Y yo seguí­ a mi padre.

El libro de Malala no es sólo sobre Malala sino, en gran medida, también sobre su padre. Un tipo singular y sin duda heroico, un maestro dispuesto a conquistar, por medio de la cultura, un futuro de justicia y de paz en un mundo en llamas. Y un hombre que, además, en una sociedad brutalmente machista como la pastún, apoyó a su hija mayor y le dio la misma libertad y la misma confianza que a un varón. El padre, Ziauddin, también está aquí­, sentado al otro lado de la mesa. Bajito, de unos cuarenta aí±os, con algo limpio y casi nií±o en su sonrisa. La gravedad de Malala contrasta con la ligereza juvenil de Ziauddin. Pero, claro, él no perdió su infancia ni tuvo que luchar contra todo su mundo para ser reconocida como persona pese a ser mujer. A los once aí±os, en lo más negro del terror talibán, Malala empezó a escribir un blog para la BBC en urdú. En la primera entrada decí­a: ”En mi camino a casa desde la escuela escuché a un hombre gritando: ¡Te mataré! Apresuré el paso… pero para mi gran alivio vi que estaba hablando por su movil y que debí­a de estar amenazando a otra persona». Aunque firmaba con seudónimo, todo el mundo acabó sabiendo que era ella. Además empezó a acudir a las televisiones y a las radios, junto con su padre, a protestar por los abusos. Fueron casi los únicos en hacerlo.

-El libro tiene una parte que es como un cuento de terror. Dice usted: ”Tení­a diez aí±os cuando los talibanes llegaron a nuestro valle. Moniba [su mejor amiga] y yo habí­amos estado leyendo los libros deCrepúsculo y deseábamos ser vampiras. Y nos pareció que los talibanes llegaron en la noche exactamente como vampiros»…

– Lo importante es que si preguntas a los nií±os aquí­ de qué tienen miedo, te van a contestar que de un vampiro, de Drácula o de un monstruo, pero en nuestro paí­s tenemos miedo a los humanos. Los talibanes son seres humanos pero son muy violentos y hacen tanto daí±o que cuando un nií±o oye hablar de un talibán le entra miedo, igual que si fuera un vampiro o un monstruo.

-Es un sistema perverso y demencial; prohibieron la música, prohibieron cantar…

-Nos prohibieron todo y si oí­an barullo y risas en una casa, irrumpí­an por si estabas cantando o viendo la televisión, y rompí­an los televisores. A veces se limitaban a amonestar a la gente, a veces la pegaban o la fusilaban o la masacraban. No nos dejaban ni jugar a las peluqueras con las muí±ecas.

-Ustedes terminaron viendo la televisión dentro de un armario. Era la apoteosis del absurdo,

-Sí­, y con el volumen muy bajo, para que nadie más la oyera. Con tanto temor por todas partes la vida se hací­a muy dura y pensábamos desesperadamente en nuestro futuro, en cómo í­bamos a vivir con ese miedo, en lo peligrosa que era la situación…. Y aún así­ nos quedaba cierta esperanza en un rincón del corazón.

-Luego los talibanes empezaron a matar. Primero a los policí­as, asi que dejaron sus empleos y pusieron anuncios en los periódicos diciendo que ya no eran policí­as, para que no les asesinaran…. Después asesinaron a los músicos, y los músicos también pusieron anuncios diciendo que

habí­an dejado el pecado de la música y que ya eran fervientes creyentes…. Eso de los anuncios me impresionó. Su propio padre, cuando le amenazaron, puso un anuncio que decí­a: ”Matadme a mí­ pero no hagáis daí±o a los nií±os de mi escuela, que rezan todos los dí­as al mismo Dios en el que vosotros creeis».

-Sí­, y luego estaba la radio de los talibanes, predicaban como dos veces al dí­a. Y daban mensajes diciendo: ”Felicitamos a Fulano, que se ha dejado crecer la barba y por eso va a entrar en el paraí­so; felicitamos a Zutano, que ha cerrado su tienda de video y se ha arrepentido; nos congratulamos de que la nií±a Tal y Cual ha dejado de ir a la escuela»… Y a las nií±as que í­bamos a clase nos insultaban todos los dí­as de forma muy fea y nos decí­an que irí­amos al infierno.

-En los últimos aí±os ustedes estaban convencidos de que su padre, Ziauddin, iba a ser asesinado. E idearon todo tipo de estrategias para evitarlo… Sus hermanos pequeí±os querí­an construir un túnel…

-Sí­, y también pensábamos esconder a mi padre en un armario. Mi madre dormí­a con un cuchillo debajo de la almohada, y también dejamos una escalera apoyada en el muro de atrás para que mi padre pudiera huir si vení­an a buscarle. Algún tiempo después se coló en nuestra casa un ladrón gracias a esa escalera y nos robó la tele.

-De hecho, –interviene el padre desde el otro lado de la mesa, — nos alegró mucho que se llevara la tele, porque de haberse llevado la escalera nada más, habrí­amos tenido miedo de verdad.

— ¡Cierto! De modo que era alguien que, como ustedes, ¡querí­a ver la televisión!

-¡Sí­, sí­! (Malala y Ziauddin rí­en) ¡Gracias a Dios ha sido un ladrón!

-¿Cómo podí­an aguantar ese miedo todos los dí­as?

Los talibanes, que tení­an fusiles y explosivos, eran más débiles que la gente con lápices y libros

-En aquel entonces el miedo nos rodeaba. Fue todo tan duro. No sabí­amos lo que el futuro nos deparaba, querí­amos hablar pero no sabí­amos que nuestras palabras nos conducirí­an al cambio, que nos escucharí­an en todo el mundo. No estábamos enterados del poder que encierra un lápiz, un libro. Sin embargo, se ha demostrado que los talibanes, que tení­an fusiles y explosivos, eran más débiles que la gente con lápices y libros.

-En el libro cuenta que hace poco, en un centro comercial en Abu Dhabi, sintió un repetino ataque de terror. Un comprensible ataque de angustia. ¿Le ha vuelto a pasar?

-Sí­, me ha pasado dos o tres veces. Cuando vi a la gente a mi alrededor en Abu Dhabi, a todos esos hombres alrededor, de pronto pensé que estaban al acecho, armados, que me iban a disparar. Y luego me dije, ¿y por qué te da miedo ahora? Ya le has visto la cara a la muerte, ya no debes tenerle miedo, se ve que ya ni la muerte quiere matarte; la muerte quiere que vivas y trabajes en pro de la educación. De manera que me dije, no tengas miedo, sigue adelante, que Dios y la gente te acompaí±a. Hay que morir alguna vez en la vida.

-Pero usted es demasiado joven…

-Demasiado joven, demasiado joven —repite dolorosamente el padre, como un coro griego.

-Hay otra cosa que me parece muy importante de usted, y es que es creyente. Una intelectual argelina me dijo hace aí±os que la izquierda argelina habí­a fracasado en su intento de modernizar el paí­s porque se habí­an enajenado completamente de su pueblo y de su sociedad. Eran laicos, rupturistas, demasiado modernos, demasiado occidentalizados para ser aceptados por la mayorí­a. Usted, en cambio, sigue perfectamente integrada en su cultura y en su religión.

Clamo por los derechos de las nií±as en nombre del mismo Dios de los talibanes

-Amo a Dios porque me ha protegido, y creo que me va a preguntar el dí­a del juicio, ”Malala, veí­as el sufrimiento de la gente en Swat, veí­as cómo sufrí­an las nií±as, que masacraban a las mujeres, que asesinaban a tantos policí­as. ¿Qué has hecho tú para defender sus derechos?» Sentí­ que era mi deber clamar por los derechos de las nií±as, por los mí­os, por el derecho de asistir a la escuela, y lo hago en nombre del Dios por el que los talibanes me tirotearon.

-Cuando tení­a usted once aí±os y estaba escribiendo el blog, The New York Times hizo un precioso documental de televisión sobre usted y su padre. Le diré que, cuando lo vi, pensé que su padre era como más idealista, más alocado, y que usted era la sensata de los dos. Vamos, usted me pareció la madre de su padre, y usted perdone, Ziauddin.

(Los dos se tronchan de risa)

-¿Me vió asi? En la sociedad pastún, si una chica es muy madura y empieza a hablar muy pronto de cosas de la familia, digamos a los once aí±os, le dicen niyá o sea abuela.

-Pues no sé si será usted una niyá, pero desde luego tiene un gran sentido práctico. Las dos primeras cosas que dijo en el hospital de Birmingham, tras una semana de coma inducido, fue: ”¿Dónde está mi padre?» y ”No tenemos dinero para pagar todo esto».

-Por entonces estaba todaví­a muy aturdida, muy confundida. Cuando un médico hablaba con una enfermera, creí­a que le estaba preguntando cómo í­bamos a pagar el hospital, y pensaba que me iban a expulsar y que tendrí­a que buscar un empleo.

-En ese mismo documental usted decí­a que su padre querí­a que fuera polí­tica, pero que usted querí­a ser doctora y que no le gustaba la polí­tica…. Ahora ha cambiado de opinión.

Malala Yousafzai, durante su visita a la sede de Naciones unidas el 12 de julio. /ANDREW BURTON (GETTY IMAGES)

-Amo a mi padre y él me inspira, lo cual no significa que siempre esté de acuerdo con él. Discrepo con él en muchas cosas, él cree que la polí­tica es buena y sirve para cambiar el mundo pero yo antes querí­a ser médico. Pero luego pasó el tiempo y fui dándome cuenta de que el Gobierno no estaba haciendo nada, que su deber elemental era conceder derechos básicos al pueblo, proporcionarles electricidad, gas, educación, buenos hospitales. Y entonces por eso de repente pensé que sí­ que querí­a ser polí­tica para conseguir un cambio grande en mi paí­s. Para que un dí­a Paquistán esté en paz, para que no haya guerra ni talibanes y todas las nií±as vayan a la escuela. Y no sólo quiero ser polí­tica, sino lí­der también.

-Lí­der social.

-Sí­, lí­der social, y guiar a la gente, porque el pueblo en Paquistán anda descaminado, están divididos en muchos grupos, y llega un lí­der y forma un grupo, llega otro y forma otro grupo distinto, pero nunca he visto a alguien que sepa unir a la gente. Quiero hacer que toda esa gente se una, quiero que Paquistán sea uno solo, quiero ver la igualdad entre todos y la justicia.

-¿Y cree que usted los puede unir?

-Para lograr ese objetivo tengo que conseguir poder, y el verdadero poder consiste en la educación y el conocimiento. Además nos hace falta un escudo, que es la unidad del pueblo. Cuando la gente me acompaí±e, cuando los padres de las nií±as me acompaí±en, cuando estemos juntos, me apoyarán con su voz, con su acción, con su compasión. Cuando nos apoyemos los unos a los otros, cuando nos eduquemos, cuando logremos ese poder, podremos con todo. Y entonces volveré a Paquistán.

-En su libro dice que, a los trece o catorce aí±os, veí­a los DVD de la serie norteamericana Betty la Fea ”que era sobre una chica con una ortodoncia enorme y un corazón también enorme. Me encantó y soí±aba con la posibilidad de ir algún dí­a a Nueva York y trabajar en una revista como ella». Me parece una afirmación conmovedora. ¡La revista de Betty la Fea es de moda! Esa aí±oranza por una vida normal y sin el peso sobrehumano que acarrea usted sobre los hombros…

-Me gustaba ver la serie, me gustaba pensar en otro mundo en donde el mayor problema era la moda, quien viste qué ropa, qué sandalias, qué color de lápiz de labios usa tal chica… Mientras por otro lado las mujeres se mueren de hambre, y los nií±os también, y azotan a las mujeres, y aparecen cuerpos decapitados…

-Pero, en cualquier caso, lo que indica este texto es que por ahí­ abajo hay ese anhelo comprensible de una existencia liviana y normal…

Malala me mira fijamente, se toma un par de segundos y luego dice que sí­ con la cabeza. Ni siquiera se atreve a verbalizar su aí±oranza de otra realidad. Es una nií±a atrapada entre las ruedas de una responsabilidad colosal. Imaginen la situación: una realidad de violencia y abuso insoportables, un padre heroico que seí±ala el camino y una nií±a inteligentí­sima, evidentemente superdotada, consciente de su propia dignidad y con una gran capacidad de compasión. Todo se conjuró en la vida de Malala para encerrarla en su destino de Juana de Arco. Las balas de los talibanes la han catapultado a una visibilidad mundial y es posible que, cuando ustedes lean esta entrevista, le hayan concedido el Nobel de la Paz, que se hará público mientras esta revista esté en imprenta. Yo he firmado pidiendo el Nobel para ella, pero ahora casi me preocupa que se lo den: serí­a otro peso más, otra exigencia. Malala, enardecida por haber sobrevivido y todaví­a muy joven, pese a su madurez, tiene ensueí±os grandiosos para el futuro de su pueblo. Ensueí±os inocentes y difí­ciles de alcanzar pero que quizá ella logre poner en marcha, porque esta pizca de mujer es poderosa. Tanto el padre como la hija tienen algo limpio, el corazón en la boca, una luz que encandila. Pero la luz de Malala está llena de sombras, es una estrella oscura llena de dolor y de determinación. A los dieciséis aí±os está dispuesta a sacrificar toda su vida por su proyecto.

-¿Se ha enamorado alguna vez? Me refiero a esos amores infantiles, de un actor, de un vecino mayor.

-(Risas) Me encantan los jugadores de cricket. Pero eso es sólo parte de la vida, cuando te encarií±as con alguien, y tengo carií±o a tanta gente. Hay un jugador que se llama Shahid Afridi, que siempre sale eliminado sin anotar, pero sin embargo todos le queremos mucho. Está también Roger Federer. Hay muchos, pero eso no significa que me case con ellos.

-¿Pero piensa casarse?

-¡Tal vez!

-Interesante, porque, en su parte del mundo, todas las lí­deres polí­ticas tuvieron sin duda que casarse: Benazir, Indira… Es una buena respuesta.

-Es una respuesta diferente.

-Pues nada más. Muchas gracias, Malala.

-Gracias a usted por su amor y su apoyo.

Y al escuchar su primorosa contestación final me siento como el seí±or Obaidullah, su profesor de Quí­mica.

Graciela Machuca

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