Genoma del polí­tico mexicano

0

Eduardo Caccia
GRUPO REFORMA
De mi compendio de preguntas ociosas: ¿qué motiva a una persona para convertirse en polí­tico? Supongo que les gusta serlo. Quienes se dedican a un trabajo que les gusta sienten una pasión desbordante. Bach hipotecó su vista escribiendo música en la penumbra cadenciosa de una vela; Picasso pintaba en tablas de desecho de los embarcaderos.
La pasión es un motivador fuera de borda. El escritor no puede vivir sin escribir, el pintor sin pintar. Marie Curie pasó horas en su laboratorio, trabajó gratuitamente, amaba profundamente su labor, fue la primera persona en recibir dos Premios Nobel en distintas categorí­as, difí­cilmente pudo haber logrado esto sin la tremenda pasión por lo que hací­a.
Saco otra pregunta: ¿dónde está la pasión de un polí­tico?, ¿en lograr qué?
En su génesis, el candidato amolda su discurso al interés del votante, argumenta frases rimbombantes y repite, ad nauseam, que desea servir, adereza su arenga con frases torneadas en un manipulómetro, hace diagnósticos donde hay culpables sin nombre y apellido (mucho menos castigo), profetiza cambios, vende esperanzas. La ideologí­a es una capa camaleónica, escalera multicolor. Ya en el poder, el individuo se descubre, aflora un ser con intereses distintos, se sabe que su pasión no fue servir, entregarse; sobreviene la desilusión, y la nación se lo demanda y luego no pasa nada. Así­, las campaí±as polí­ticas son una fiesta de disfraces, una mascarada, juego de simulaciones, pero ¿en aras de qué?
La oruga se hace mariposa. El polí­tico se hace rico. Ha sido notorio que ser polí­tico conduce a tener riqueza y poder. No quiero ser malpensado, pero ¿serí­a posible que la verdadera motivación de muchos polí­ticos sea hacerse ricos? Si esta descabellada idea fuera cierta, explicarí­a por qué dentro de esa aristocracia hay venta de candidaturas y otras prebendas, como los moches; después de todo, un puesto polí­tico serí­a visto como un centro de utilidades, no de servicio; serí­a lógico pensar que, para hacerlo rentable, el polí­tico deba pagar una hipoteca envenenada, el entramado pacto que hizo posible su encumbramiento.
«Que el poder sirva a la gente», otrora lema de campaí±a presidencial labastidista, diagnostica con brillante precisión una necesidad tan grande como el sarcasmo que encierra. Generalmente, la pasión del polí­tico no es servir sino servirse, y para ello ha de simular, entrar en un juego de espejos donde, por un lado, da poco y, por otro, toma mucho.
El polí­tico no parece sentir la hipoteca social. Según este concepto, todos quienes tenemos algún privilegio y somos dueí±os de algo (inmueble, estudios, servicios de salud, viajes, visión, etcétera), estamos obligados a trabajar por aquellos que no lo tienen, o tienen menos, con objeto de hacer una mejor sociedad, donde la riqueza sea mejor repartida. Me pregunto: ¿a cuántos polí­ticos les motiva la hipoteca social? Tal parece que el trabajo del polí­tico no es cerrar la brecha sino mantenerla, administrarla, esquilmarla.
La nií±ez y la juventud en México tienen incentivos torcidos para enrolarse en las filas del crimen. Los modelos a seguir consiguen fama, dinero, poder; rara vez son castigados. Esa misma estructura de motivadores opera bajo otra escenografí­a: el teatro polí­tico. Llegar para tomar (no para dar) es una instrucción dentro del genoma del ser polí­tico mexicano. Las excepciones se vuelven enemigos del sistema, nada es más peligroso que un virus de honestidad, una vacuna contra la impunidad o poner primero al ciudadano.
Si un polí­tico acepta que su pasión es servir a la gente, deberí­a ser capaz de trabajar sin sueldo. Hacer realidad su pasión serí­a su mejor remuneración. Como difí­cilmente se come y se mantiene una familia con aplausos, está bien que cobren un salario. Sin embargo, parece que la nómina es meramente la constancia oficial de pertenencia a la ubre presupuestal, el ejercicio del poder guarda otras fuentes de ingresos, y pensando mal, sólo pensando mal, me temo que ahí­ reside la gran motivación del estereotipo de un polí­tico mexicano.
@eduardo_caccia

Graciela Machuca

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *