7 Historias, 7 Mujeres, 7 Paises

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elpais.com

México

”Mi marido era machista, mi suegro lo es y mi padre también»

Hace unos dí­as las autoridades de Ciudad Acuí±a, un municipio del Estado de Coahuila, al norte de México, prohibieron a mujeres y gais el uso de minifalda en defensa del ”respeto a la moral, el pudor, la decencia y las buenas costumbres». ”Me resulta inocente pensar que si alguien se viste así­, no sepa que va a llamar la atención», comenta un hombre al escuchar la noticia. La anécdota es solo un ejemplo, y no el más grave, de los obstáculos con los que se enfrentan las mujeres en el dí­a a dí­a en México. Según datos del Ministerio de Salud, cada aí±o son violadas 131.400 mujeres en el paí­s. Y un estudio de la Fundación Thomson Reuters pone a México en la lista de los peores paí­ses industrializados en los que puede vivir una mujer debido a la ”violencia fí­sica y sexual, a la cultura del machismo, y al escaso acceso a servicios de salud en zonas rurales».

Gabriela Garcí­a, de 43 aí±os, limpiadora de profesión y natural del Distrito Federal, reconoce que México es un paí­s machista. ”Mi marido lo era, mi suegro lo es, mi papa también. Por eso mejor sola que mal acompaí±ada». Lo dice una mujer que tiene nueve hijos y que desde hace siete decidió separarse y los crí­a sola. ”La mayor dificultad es el dinero, que no alcanza. Hay que trabajar mucho», reconoce entre labor y labor en el estudio de un barrio de clase alta de la capital. Según los datos del Instituto Nacional de Estadí­stica y Geografí­a de México, las mujeres representan más de la mitad de los trabajadores en activo, pero sus sueldos son entre un 4% y un 12% más bajos que los de los varones.

Gabriela, hija de padre fotógrafo —autoritario, reconoce— y madre también limpiadora, no pudo estudiar más allá de la primaria. Las cifras de analfabetismo se disparan en el caso de las mujeres indí­genas, que llegan hasta un 30%. Su presencia en la Cámara de Diputados es del 36,8%. En cuanto a la violencia en la pareja, según la última Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares, una de cada cuatro mujeres solteras de 15 a 29 aí±os asegura haber sufrido algún incidente de violencia con su novio a lo largo de la relación. ”Yo trato de que mis nií±os no sean machistas», asegura Gabriela, ”por ahora son chiquitos y nada más son parlanchines». Dedicada por entero a su familia, esta mujer tampoco ha tenido nunca la oportunidad de viajar. ”Pues no hay plata», concluye.

EEUU

”En nuestra naturaleza no está quejarse, sino trabajar duro y callar»

Estados Unidos es un paí­s sustentado sobre el pilar de la igualdad. Eso es lo que le enseí±aron a Virginia LeBlanc, una profesora universitaria nacida en Tejas hace 39 aí±os. Cuando, en 2010, fue nombrada directora de un programa para minorí­as de laUniversidad de Indiana comprobó lo endeble de esa afirmación. Su sueldo era 5.000 dólares inferior al de su predecesor en el cargo, él mismo que la recomendó para sustituirle. LeBlanc está a la espera de que se celebre el juicio por discriminación salarial y acoso laboral por el que ha demandado al centro.

En EE UU es ilegal pagar a una mujer menos que a un hombre por realizar el mismo trabajo. La Ley de Igualdad Salarial de 1963 y el Tí­tulo VII de la Ley de Derechos Civiles de 1964 prohí­ben la discriminación salarial y de género en el ámbito laboral. Pese a esas garantí­as, en este paí­s, las mujeres cobran, de media, un 15% menos que un hombre por desempeí±ar el mismo tipo de empleo, un porcentaje que alcanza el 30% si se compara el sueldo de una afroamericana, como LeBlanc, con el de un hombre blanco, según los datos de la Oficina de Estadí­sticas Laborales.

En EE UU, las mujeres cobran, de media, un 15% menos que un hombre por desempeí±ar el mismo tipo de empleo

Cuando LeBlanc aceptó el puesto de directora del Programa Hudson y Holland de la Universidad de Indianaen 2010 ni siquiera estaba al tanto de las estadí­sticas sobre discriminación en el trabajo. ”Yo sólo querí­a asesorar a los estudiantes hispanos, afroamericanos y americano-nativos sobre su futuro académico y laboral», cuenta. Como responsable del programa, tení­a a su cargo la supervisión del presupuesto y de las asignaciones salariales y, revisándolo, descubrió que estaba cobrando por su trabajo mucho menos que sus predecesores, ambos varones.

LeBlanc informó de esta circunstancia al vicerrector de su departamento, pero no obtuvo respuesta. ”Ante su silencio, acudí­ a la Oficina de Asuntos de Mujeres de la Universidad que, inexplicablemente, se desmanteló al poco tiempo». Esta queja interna fue el comienzo de un duro periplo de reclamaciones ante todas las altas instancias de la Universidad, a las que el centro replicó creando un entorno hostil y opresivo que hicieron insostenible el dí­a a dí­a de LeBlanc en la Universidad.

No hay nada que pueda justificar que una mujer tenga un salario inferior al de un hombre por hacer el mismo trabajo

La profesora terminó con ese viarucis el 22 de agosto de 2011, cuando dimitió de su puesto. ”Me lo pensé mucho. En la naturaleza femenina no está el quejarse, sino el trabajar duro y callar». Los meses de acoso laboral y de indiferencia provocaron en la profesora el efecto contrario. ”Decidí­ que no se trataba sólo de mi lucha, que esta era una batalla para garantizar la igualdad de derechos en la Universidad de Indiana y en las del resto del paí­s», asegura. Apenas una semana después de abandonar el centro, LeBlanc interpuso una demanda contra la Universidad que está pendiente de resolución en un Tribunal de Distrito de Indiana.

LeBlanc cuenta que su sucesora en el cargo está sufriendo los mismos problemas y que ha recibido el apoyo de muchos de sus compaí±eros que no se atreven a respaldarla públicamente porque siguen formando parte de la Universidad. ”Creo que muchas mujeres creen que, aunque denuncien, no se va a resolver nada. El proceso es muy largo, duro y costoso y no todo el mundo tiene la capacidad personal y económica para abordarlo. Yo misma he estado a punto de abandonar en alguna ocasión», reconoce.

Desde que en 2009 Barack Obama aprobara la Ley del Derecho al Salario Justo, que garantiza a las mujeres el derecho a denunciar a sus empresas por discriminación salarial, el número de reclamaciones de este tipo presentadas ante la Comisión de Igualdad de Oportunidades Laborales ha descendido de manera considerable —en 2011 disminuyeron de 2.300 a 2.100, según datos de la comisión-. Los jueces también parecen más reacios a resolver favorablemente estas denuncias. En la primera década de este siglo fallaron a favor en el 55% de los casos, en la siguiente, sólo en el 35%.

La discriminación laboral se produce a nivel universitario, el ámbito en el que se forjan nuestros lí­deres

Estos casi tres aí±os de lucha han convertido a LeBlanc en una firme defensora de los derechos de la mujer. ”Durante mi declaración jurada presenté los documentos que probaban que cobraba menos que mis predecesores en el cargo y, sin embargo, los abogados de la Universidad sólo me hicieron preguntas sobre mi vida privada y mi historial médico con el propósito de desacreditarme», recuerda. ”No hay nada que pueda justificar que una mujer tenga un salario inferior al de un hombre por hacer el mismo trabajo, nada, más allá que la necesidad de mantener el status quo de poder», asegura.

La profesora aboga por la necesidad de que el Gobierno garantice la existencia de cláusulas de discriminación positiva en las leyes y se muestra muy crí­tica hacia los republicanos del Congreso que, el aí±o pasado, bloquearon la reforma de la Ley del Derecho al Salario Justo. ”La discriminación laboral se produce a nivel universitario, que es el ámbito en el que se supone que se forjan nuestros lí­deres polí­ticos. Si lo toleramos allí­, cómo no lo van a tolerar después en el Capitolio», se lamenta LeBlanc.

ARGENTINA.

”Puse 18 denuncias por golpes y amenazas de muerte y prescribieron»

Mónica Casaglia está cansada de arreglar la puerta de entrada de su casa. Su marido ya se la rompió cinco veces. Pero más agotada está de denunciarlo sin resultado alguno. ”Hice 18 denuncias en comisarí­as, en comisarí­as de la mujer, en fiscalí­as y en juzgados, por golpes, amenazas de muerte, porque tocó a mi sobrina, porque me roba, y solo me llamaron dos veces del juzgado para avisarme que las causas se habí­an cerrado. Hace seis aí±os que estamos así­ y mi marido ya me rompió toda la casa», cuenta Mónica, bonaerense de 42 aí±os, que vive separada desde entonces, pero recibe permanentes visitas de su pareja, borracho o drogado, con el argumento de visitar a cinco de los siete hijos que tienen en común y que siguen viviendo con ella. Uno de ellos es la abusada sobrina de Mónica, a la que adoptaron cuando tení­a siete aí±os.

En Argentina, unas 255 mujeres murieron por la violencia machista en 2012, según el Observatorio de Femicidios de la ONG La Casa del Encuentro. La cifra resulta un 10% menor a la de 2011, pero la directora de La Casa del Encuentro, Ada Rico, afirma que la bajada no constituye aún una tendencia. ”En varios paí­ses de la región se viene registrando un preocupante repunte en los í­ndices de asesinato de mujeres», seí±ala la directora para América Latina y el Caribe de ONU Mujeres, Moni Pizani. En 2011, entre el 17% y el 53% de las latinoamericanas reconoció que padeció la violencia de sus parejas o exparejas, según el caso de cada paí­s.

”Te tratan mal en los juzgados y en las comisarí­as, se demoran horas en tomarte la denuncia», cuenta Mónica, que vive en un barrio obrero del municipio de Moreno, en las afueras de Buenos Aires, y trabaja como cocinera en un restaurante. Y eso que el 10% de los policí­as, más del 30% de los jueces y más del 40% de los fiscales son mujeres en Latinoamérica, uno de los niveles más altos del mundo. En cambio, ellas representan menos del 20% de los ministros y los legisladores. En menos de la mitad de los paí­ses de la región rigen cuotas para las mujeres en los parlamentos nacionales.

”Una vez en la comisarí­a no me querí­an tomar la denuncia porque decí­an: Hacés la denuncia y después te vas a arreglar con tu marido’. Otra vez el juez me dijo que tení­a que cerrar la causa. Esto se maneja así­, ya se va a calmar’, me dijo. Tenés que ser fuerte o te volvés a arreglar con tu marido porque nadie te ayuda. Hay muchas mujeres que no trabajan y si se separan, ¿quién las mantiene?», se pregunta Mónica, que en su trabajo le pagaban casi la mitad que a un compaí±ero varón. Las latinoamericanas sufren más el desempleo (9%) que los hombres (6%) y las obreras de fábricas ganan menos que ellos: el 61% de lo que un varón en Brasil o el 72% en México.

SUDAFRICA

”Feliz» por no haber sido nunca agredida

Sudáfrica está llena de Conny Mamabolo. Negras jóvenes, sin formación alguna, madres solteras, trabajos nada cualificados y un futuro con pocas expectativas por delante. Aún así­, esta mujer de 34 aí±os afirma ser ”feliz», a pesar de que llegar a fin de mes es un auténtica carrera de obstáculos. Pertenece al selecto club del 10% de mujeres que no ha sufrido ningún acto de violencia fí­sica.

Oficialmente el desempleo entre negras, del 42%, multiplica por siete el de las blancas y eso porque no se contabiliza a las que plantan un puesto precario de chucherí­as o fruta en plena calle porque sino la diferencia se tendrí­a que multiplicar por nueve. Más de la mitad de las que no tienen estudios están empleadas en el servicio doméstico.

El desempleo entre negras, del 42%, multiplica por siete el paro de las blancas

Conny nació en un pueblo de Limpopo, en la Sudáfrica más rural y paupérrima y con 20 aí±os siguió hasta Johanesburgo a su madre, también jefa de una familia monoparental de cuatro hijos. Y aquí­ siguen.

La situación ha cambiado. Ahora ya no es la madre la que cuida de la familia sino Conny. Trabaja desde que tení­a 16 aí±os de doméstica donde le salga y con sus 2.800 rands mensuales (240 euros) que consigue de limpiar en dos oficinas se ha convertido en la única fuente de ingresos de su casa.

La ”suerte», dice esta mujer, es que su madre, que ahora tiene 57 aí±os, consiguió hace más de una década una vivienda gratis del Gobierno en un suburbio de la metrópolis y no tienen que pagar ningún alquiler. Allí­ viven con otros tres hermanos, entre los 27 y los 14. A su hija Karabo se la querrí­a traer a vivir con ellos pero, de momento, reside en Limpopo con sus bisabuelos, que tienen ”unos 80 aí±os». Admite que le saldrí­a más barato económicamente y, sobre todo emocionalmente, tener a la nií±a junto a ella pero como la anciana necesita a alguien que la ayude para ”ir a comprar o alguna tarea de la casa» decidió separarse y ahora intenta verla una vez al mes, aunque a veces los 400 kilómetros y los 320 rands (27 euros) del taxi le obligan a espaciar la visita.

Conny exprime cada rand que gana. De aquí­ mantiene a todos los de su casa en Johanesburgo. Su madre no trabaja y aún le faltan nueve aí±os para cobrar la jubilación. Con ninguna formación, la hermana casi treintaí±era intenta emplearse en tareas de limpieza con escasa suerte para desespero de Conny y los pequeí±os acuden a una escuela pública y gratuí­ta.

Ahora los negros somos libres pero seguimos sufriendo, no tenemos trabajo ni vida de lujo

Además, la limpiadora enví­a cada mes ”algún dinero» a Limpopo para redondear la pensión de los abuelos, que también están al cargo de otros dos bisnietos. ”No tengo para caprichos ni para mucha diversión», admite mientras friega los cacharros de la oficina y asegura que el sueldo que gana ”es para la familia». Sus fines de semana se limitan a salir con alguna amiga y el domingo por la maí±ana a acudir a la iglesia, una tradición compartida por todas las culturas sudafricanas pero por lo general se queda en casa ”descansando y durmiendo».

La crisis también está pasando al sector doméstico. Busca pero no encuentra un tercer trabajo que le permitirí­a ”cambiar de vida» porque ”podrí­a estudiar, aprender con los ordenadores y entrar en una oficina. Eso serí­a un buen trabajo», apunta. Lo tiene difí­cil porque no abundan los cursillos gratis con los que ampliar aptitudes y hoy no puede costearse ninguna academia. ”Ahora los negros somos libres, sí­, pero seguimos sufriendo y no tenemos trabajo ni una vida de lujo», se lamenta sobre los 19 aí±os tras el Apartheid.

ESPAí‘A

”¿Igualdad? Aquí­, desde luego, no»

Querí­a ser mecánica de motos. Siempre le gustaron. Soí±ó con formarse, con hacer de ello una profesión, pero aquello no era ”trabajo de mujeres» y además en su casa escaseaban los medios. Así­ que se puso a trabajar desde muy chica. ”Empecé con 14 aí±os cosiendo», cuenta. Desde entonces Mayte Verduras ha recogido fruta, despachado en un almacén, limpiado suelos. Ahora, a los 48 aí±os, tiene dos empleos. Uno a media jornada en una empresa de limpieza. El otro, ”las 24 horas del dí­a» cuidando de su hija mayor, Sara, con sí­ndrome de Down y deficiencias graves de visión. La ayuda que percibe del Estado para cubrir las necesidades de la chica apenas supera los 500 euros. Y ese es el único dinero que entra en casa desde hace meses, porque la compaí±í­a que emplea a Mayte dejó en octubre de pagar a sus trabajadores, asfixiada por los impagos de la Administración valenciana. ”Estamos tirando de los ahorros. No sé cuánto tiempo más podré aguantar porque cada vez nos recortan más las ayudas y la asistencia. Así­ es imposible vivir, pagar la luz, el gas, los medicamentos… Y todo es cada vez más caro», se lamenta.

Sin centros de atención a discapacitados, no serí­a una mujer con hijos, serí­a solo madre a tiempo completo

La historia de esta valenciana es la de muchas mujeres espaí±olas. Como ellas, Mayte se ha echado la familia y el cuidado de sus dos hijos a la espalda —ella, además, sin el apoyo de una pareja– y sigue adelante. Tratando de esquivar los agujeros que las afiladas tijeras del Gobierno están dejando en los servicios sociales y en la Ley de Dependencia que, además del recorte en el dinero que reciben las cuidadoras familiares, este aí±o ha sufrido otro hachazo del 15% en el presupuesto. Por no hablar de los retrasos para valorar a los dependientes o las dificultades cada vez mayores para lograr el reconocimiento y obtener la ayuda. Como el caso de Sara que, a sus 26 aí±os, tiene reconocida una discapacidad del 77% y necesita compaí±í­a constante pero que tras una primera valoración no ha obtenido el grado necesario para recibir la prestación. Mayte percibe una ayuda, pero por cuidado de hijo. Una vez más el tijeretazo en gasto social se ceba con los más vulnerables que, como cuenta esta mujer ágil y vivaz, afrontan como pueden la subida de los copagos sociales.

”Y ahora tengo miedo de que recorten más en el centro al que va la chica o que se quede sin él», remarca. Porque mientras ella va a limpiar oficinas o portales, Sara acude a un centro de terapia ocupacional en el que está hasta las cinco de la tarde. Instituciones —en las que además cada vez es más difí­cil conseguir plaza— que también están sufriendo de manera directa las medidas de austeridad de las Administraciones, que han reducido, o incluso han dejado de pagar, los fondos destinados a nutrirlas. ”Sin estos lugares no sé lo que harí­amos muchas mujeres como yo. Por lo pronto, tendrí­a que dejar mi trabajo y además no tendrí­a ningún tipo de descanso, porque la parte del dí­a que Sara no está en el centro la paso con ella», dice. No serí­a una mujer con hijos, serí­a solo madre a tiempo completo.

El 60% de los licenciados son mujeres, aunque lo siguen teniendo más difí­cil para conseguir su primer empleo

Como lo fue la suya. Porque Mayte pertenece a una generación de espaí±olas que en su juventud tuvo ciertas opciones de dejar atrás la senda del hogar marcada por sus progenitoras o ser protagonistas de los cambios que llegaron con la democracia. Una generación de mujeres que empezó a lanzarse a la universidad, pero en la que acceder a una educación superior no se daba todaví­a por sentado. En aquella época, para muchas familias enviar a los hijos a hacer una carrera era un lujo. Como en el caso de la valenciana. La necesidad apretaba. Pero aunque cuenta que nunca fue mucho de coger los libros asegura que esa espinita se le ha quedado grabada. ”Ahora me arrepiento, aunque sé que para los que han estudiado las cosas tampoco están nada fáciles», dice.

Hoy, la vida para las espaí±olas es distinta. El 60% de los licenciados son mujeres, aunque lo siguen teniendo más difí­cil para conseguir su primer empleo —el paro femenino, además, no deja de aumentar y está ya en el casi en el 23%–. También para escalar a los puestos directivos (en ellos, la presencia femenina apenas llega al 13%) y labrarse una carrera profesional. Sobre todo si tienen hijos. Conciliar vida familiar y laboral es cada vez más difí­cil. Y en esto tampoco ayudan las polí­ticas de recortes: se ha eliminado el plan para crear guarderí­as, se han reducido las ayudas para el transporte escolar y se ha incrementado el precio del comedor; hasta llevar una tartera con la comida de casa cuesta dinero en algunas escuelas.

Las espaí±olas tienen su primer hijo, de media, a los 31,5 aí±os. La edad más tardí­a de Europa

Mayte tuvo a su hija a los 21 aí±os. A esa edad ya trabajaba y se habí­a casado. Hoy, las jóvenes que estrenan la mayorí­a de edad ni siquiera han salido de casa de sus padres y tienen su primer hijo, de media, a los 31,5 aí±os. La edad más tardí­a de Europa. También la tasa de natalidad es cada vez más baja. ”No me extraí±a que la gente tenga cada vez menos nií±os. El trabajo está cada vez más difí­cil. Y para las mujeres más», afirma la valenciana. ”¿Igualdad? Aquí­, en Espaí±a, desde luego no», zanja.

IRAK

”La discriminación empieza en la escuela»

Estados Unidos derrocó a Saddam, pero las mujeres iraquí­es siguen sometidas a la tiraní­a del machismo. Violencia doméstica, acoso sexual en el trabajo, discriminación desde la infancia y exclusión de la vida polí­tica es el aterrador panorama que dibuja Hanaa Edwar, una de las fundadoras del Iraqi Women Network (IWN), que desde 2003 agrupa a las principales organizaciones de mujeres de Irak. Su figura menuda esconde tanta fortaleza como determinación.

Edwar (Basora, 1946) ha liderado dos campaí±as clave para las mujeres en el Irak post Sadam. Primero, fue la oposición a la orden 137 con la que del Consejo de Gobierno nombrado por los ocupantes intentó derogar el código de familia vigente desde 1959 y considerado uno de los más avanzados del mundo islámico. Después, defendió la cuota para las mujeres en el Parlamento. Ahora, teme que esos triunfos estén convirtiéndose en papel mojado.

Existe una polí­tica deliberada de excluir a las mujeres de los puestos de decisión

”Existe una polí­tica deliberada de excluir a las mujeres de los puestos de decisión», denuncia tras enumerar los retrocesos que se han producido desde 2005, justo antes del primer Gobierno elegido en las urnas. De seis ministras se ha pasado una ministra de Estado para Asuntos de la mujer; de 10 viceministras a ninguna; también ha descendido el número de directoras generales y no hay ni gobernadoras ni vicegobernadoras provinciales; tampoco una sola de las 20 universidades tiene una rectora. ”Y no será por falta de mujeres preparadas», apunta.

A Edwar le preocupan las consecuencias de esa progresiva marginación porque en una situación de seguridad frágil como la actual, las mujeres y los nií±os son los grupos más débiles y desprotegidos.

”La violencia contra las mujeres dentro de la familia constituye un fenómeno alarmante», asegura en la sede de Al Amal, una de las ONG que forma parte del IWN y de la que es secretaria general. ”La discriminación empieza en la escuela; se está desincentivando que las nií±as pasen a la secundaria porque las preparan para el matrimonio cada vez más jóvenes», explica. Ella y otras activistas han sabido de bodas de nií±as de 10 aí±os.

”Es ilegal, pero los clérigos lo incentivan al amparo de la Sharí­a [ley islámica] y lo bendicen sin pasar por el juzgado. Nos ha llegado algún caso de divorcio a los pocos meses e incluso dí­as; eso es directamente tráfico de menores, se está abusando de la pobreza y la ignorancia de algunas familias», denuncia.

El 80% de las iraquí­es han sido ví­ctimas de abusos sexuales en el trabajo, según una encuesta realizada por el Foro de Mujeres Periodistas

También están aumentando los llamados matrimonios temporales, en realidad una forma de prostitución encubierta, y la poligamia. En opinión de Edwar, con el pretexto de la religión y las tradiciones tribales se están saltando la ley de familia. Además, existe un grupo de mujeres especialmente vulnerable que es el millón y medio de viudas, muchas de ellas jóvenes con hijos y sin trabajo, de las que apenas 2.000 reciben una miserable ayuda oficial de 50 euros mensuales.

”Si la situación económica y polí­tica fuera mejor, serí­a mucho más difí­cil que utilizaran la religión como instrumento», defiende.

Desde IWN han elaborado un borrador de ley contra la violencia doméstica con el propósito de crear una red de casas de acogida y programas para ayudar tanto a las ví­ctimas como a los maltratadores. Pero el texto se halla desde octubre en algún cajón del Consejo Consultivo que debe remitirlo al Parlamento. Mientras tanto, desde Al Amal hacen campaí±as de concienciación no sólo entre las mujeres sino, sobre todo, entre los hombres, convencidas de que para cambiar la situación hace falta un cambio de actitud general.

Edwar se muestra alarmada por el último dato que ha conocido durante una de las reuniones del IWN la maí±ana de nuestra entrevista. Según una encuesta realizada por el Foro de Mujeres Periodistas entre 190 de sus miembros, el 80% de ellas han sido ví­ctimas de abusos sexuales en el trabajo. Además, el informe seí±ala que estos son más frecuentes en el sector público que en el privado. ”¿Dónde está los principios éticos?», se pregunta la veterana activista.

CHINA

”A lo máximo a lo que puedo aspirar es a ser jefa de mi departamento»

De nií±a, Song Chunfang soí±aba con ser una mujer profesional y algún dí­a convertirse en catedrática en una universidad. Pero hace dos aí±os, tras terminar un máster en estudios chinos y ponerse a buscar su primer trabajo, la joven china de 28 aí±os, originaria de Hebei, provincia vecina a Pekí­n, empezó a oí­r las historias de terror de sus amigas que trabajaban en el sector privado y decidió buscar un trabajo en el Gobierno.

”El trabajo es un muy aburrido, pero es más estable», dice Song que es funcionara y tiene un trabajo administrativo.

La elección de Song está marcada por la multitud de empresas chinas que prefiere no contratar a mujeres en una economí­a con una sobreoferta de mano de obra y en la que son consideradas un gasto aí±adido, por las bajas de maternidad y posibles fuentes de inestabilidad.

El sueldo de Song, 4,000 yuanes o alrededor de 493 euros, es más bajo del que podrí­a tener en el sector privado, pero las demás condiciones son mejores, aí±ade. No sólo el horario es fijo, de ocho y media a cinco, cinco dí­as a la semana, y rara vez se trabajan horas extras, sino que también recibe extras en las fiestas nacionales. Además, lo más importante es que a sus jefes no les importa que se case o tenga hijos y puede recibir 90 dí­as de baja de maternidad pagados.

Para muchas empresas chinas las mujeres son un gasto aí±adido, por las bajas de maternidad, y fuentes de inestabilidad

”El sector gubernamental es muy popular entre las mujeres porque los derechos de las mujeres están más protegidos», dice Zhang Ting, una empleada de la empresa de contratación laboral hongkonesa B Recruit.

”La discriminación es real, pero es más un fenómeno económico dentro de una realidad cultural», dice Pan Jintang, profesor de relaciones laborales y recursos humanos de la Universidad Renmin. ”Las empresas prefieren contratar a hombres, porque cuando una joven encuentra trabajo, se casa, tiene hijos y se da de baja maternal, si es que no deja el trabajo. Entonces tienen que buscar un sustituto o contratar a una persona nueva. Contratar a una mujer es simplemente más caro».

No son solo las empresas, hay muchas mujeres que no quieren puestos que incluyan numerosos viajes o muchas horas de trabajo, dice Zhang, una joven de 27 aí±os de la provincia de Liaoning, al noreste de China. Las reformas económicas de las últimas décadas han traí­do de vuelta actitudes tradicionales confucianas, en las que se relega a la mujer dentro de la casa y al hombre fuera de ella.

Aún así­, Pan dice que, en general, la situación de las mujeres en China hoy es mejor que hace 30 aí±os.

En la China pre-revolucionaria, las mujeres eran consideradas propiedades que podí­an ser vendidas según el deseo del marido. En los cincuenta, el estatus de la mujer cambió con la máxima de Mao Zedong de que ”cualquier cosa que los camaradas hombres pueden hacer, las camaradas mujeres pueden hacer también». Pero aún así­, el gobierno asignaba los trabajos de por vida y las mujeres tení­an que pedir permisos de matrimonio a sus unidades de trabajos.

Tras más de tres décadas de crecimiento y reformas económicas en China, muchas cosas han cambiado en la vida de las mujeres, que pueden elegir qué camino seguir.

Por regla general, las ofertas de trabajo suelen especificar género, edad y aspecto fí­sico

”Las mujeres están mucho más preparadas y conocen mejor sus derechos», dice Zhang, que trabaja en una empresa liderada por la hongkonesa Louisa Wong, una de las cazadoras de talentos con más influencia en el mundo, según Businessweek. ”Las cosas han cambiado mucho. Hay un mundo lleno de oportunidades ahí­ fuera, para aquellos que las buscan», aí±ade esta joven que quiere tener su propia empresa antes de los 30 porque cree que ésta es la única forma de seguir creciendo como mujer.

Legalmente, los derechos de las mujeres están bien protegidos. En 2005, el gobierno revisó la Ley de 1992 sobre Protección de los Derechos y los Intereses de la Mujer y convirtió el tema de la igualdad de género en un asunto nacional. Esta revisión criminalizó, por primera vez, el abuso sexual y la violencia doméstica.

Aún así­ la discriminación de género es muy común. Según algunos expertos, pocas mujeres se atreven a denunciar a sus empresas por contratos injustos, despidos por embarazo, baja de maternidad o abuso sexual. Por regla general, las ofertas de trabajo suelen especificar género, edad y aspecto fí­sico. ”El tema es que la mujeres chinas no piensan sobre la discriminación», dice Pan.

”No siento ningún tipo de discriminación», dice Song. ”Simplemente sé que lo máximo a lo que puedo aspirar es a ser jefa de mi departamento. No más».

Graciela Machuca

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