Una nueva polí­tica social para los pueblos indí­genas

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José del Val Blanco

Confirma CONEVAL que en el caso de la población indí­gena, la pobreza pasó de 74.8% en el aí±o 2008 al 79.3 % en el aí±o 2010, y no sólo como más pobreza, sino como pobreza más profunda con base en el incremento del número de pobres extremos.

Esta situación nos lleva a abordar la perversa lógica de la ”pobretologí­a» que caracteriza al Estado mexicano en las acciones y decisiones que se han aplicado en su relación con los Pueblos indí­genas —y no sólo a ellos—, quienes, caracterizados como los más pobres de los pobres, son sujetos privilegiados de los ostentosos y mediáticos programas contra la pobreza, reconocidos internacionalmente por su efectividad, pero no por sacar de la pobreza a los pobres, sino por su función estratégica en mantener a los pobres siempre pobres con el menor costo financiero y polí­tico posible.

La desproporción descomunal entre la realidad de los Pueblos y las tesis jurí­dicas establecidas nos obliga, a mi juicio, a realizar una revisión crí­tica y autocrí­tica del trayecto y los resultados en los procesos de juridización a nivel internacional y nacional.

La revisión de todos los campos de realidad y espacios territoriales donde los pueblos indí­genas desarrollan su supervivencia y continuidad están siendo sometidos a nuevas iniciativas de despojo, producto no sólo de las polí­ticas de Estado, sino al debilitamiento del mismo y a su complicidad con las ofensivas financieras y productivas de las voraces empresas globales.

Se ha instalado en paí­ses de muy diversa ideologí­a una deriva gubernamental, que sintomáticamente ha elegido el camino del extractivismo por encima o en contra del bienestar social y ambiental en general. Esta estrategia de desarrollo se basa en la intensificación de la transferencia y apropiación de los recursos naturales, disfrazados de comodities, apostando a los altos precios de las materias primas en los mercados globales, y frente a esta ofensiva la respuesta enérgica de las sociedades indias son intencionalmente tergiversadas, seí±alándolas como ejemplos del atraso, del anti progreso, y considerándolos, por lo tanto, un freno al crecimiento económico.

Como muestra está la ofensiva intensa y generalizada en el campo de la minerí­a; entre los aí±os 2000 y 2009 se han concesionado 51 millones 99 mil 312.7 hectáreas de territorio nacional para 24,351 proyectos mineros, y entre 2010 y 2011, es decir ayer, se entregaron 1,512 nuevas concesiones por 50 aí±os a 293 empresas mineras extranjeras en el paí­s, principalmente en territorios indí­genas.

Los pueblos indios reclaman una nueva inserción en sus sociedades, un nuevo pacto social en el que las estructuras polí­ticas de los estados reconozcan sus especificidades y derechos como pueblos autónomos y autodeterminados, sus posesiones y propiedades, y su derecho inalienable para establecer un desarrollo propio como sujetos polí­ticos plenos.

Esta emergencia indí­gena establece su conceptualización y sus acciones frente al conjunto de ofensivas, y ya sea en el campo territorial, como en el simbólico o en el jurí­dico, su lucha tiene el enorme acierto de dar y esclarecer de manera integral el espacio, sentido y significado de su horizonte de negociación en la confrontación civilizatoria en el mundo contemporáneo.

Frente a este nudo conceptual desarrollista de la pobretologí­a y los procesos excluyentes con que son tratados por los gobiernos nacionales, han aparecido las primeras expresiones formales de elaboración de una perspectiva propia de los pueblos indí­genas para caracterizar sus expectativas de transformación, como el concepto de ”buen vivir» que se cristalizó en las constituciones de Ecuador (2008) y Bolivia (2009), estas formulaciones estatales fueron posibles en razón de ser paí­ses con mayorí­a de población indí­gena, por su creciente protagonismo y por los activos movimientos ciudadanos y sectores polí­ticos que los acompaí±an.

En el plano estructural, considero que es absolutamente imprescindible:

1.- La convocatoria del jefe del ejecutivo a construir un nuevo pacto social, cuyo objetivo sea el replanteamiento total de la estructura constitucional, y que derive en una nueva Constitución de la República Mexicana que reformule las reglas de la estructura polí­tico-social y la estructura misma del Estado mexicano, en beneficio de las mayorí­as con pleno respeto a la diversidad.

Que establezca, entre otras determinaciones, el reconocimiento y la codificación legal de los conceptos y derechos de reparación del daí±o histórico y restitución de potestad sobre el conjunto pleno de los recursos territoriales a los titulares de derecho en todos los territorios interculturales.


2.- Una simultánea remunicipalización territorial del paí­s que ordene los espacios sociales y los territorios de los pueblos indí­genas, y que reconstituya la estructura del orden municipal, ya sea como municipios monoculturales, o policulturales, dotando a cada municipio de los recursos, las funciones, las nuevas atribuciones y las históricamente conculcadas, que garanticen la concreción de la autonomí­a y la autodeterminación.

3.- Un nuevo federalismo que a partir del establecimiento del Estado del Anáhuac, como Estado 33 de la Nación, reordene las estructuras de poder federal, que se cristalizarí­an mediante la construcción de una nueva ciudad capital federal de México en el centro geográfico de territorio nacional.

4.- Se defina un proyecto nacional de interculturización de todos los sistemas y niveles educativos, hacia la construcción de una sociedad verdaderamente multicultural y multilingí¼e.

5.- Se establezca una ley nacional de urbanización planificada que dé coherencia a la ocupación del territorio nacional y que garantice principios de estabilización del deterioro de los recursos naturales como inicio de la recuperación.

En el plano coyuntural, en tanto se desarrollan las tareas estructurales, serí­a necesario y conveniente avanzar imperiosamente y poner en práctica:

1.- La creación de una institución que procure y garantice el ejercicio y cumplimento de los derechos de los pueblos indí­genas, que subsuma o sustituya a la fallida y simuladora CDI por unaProcuradurí­a de los derechos de los pueblos indí­genas, con capacidad y atribuciones de informar, evaluar, vigilar y sancionar en su caso el cumplimiento de los derechos, las acciones y el ejercicio de los recursos establecidos en los presupuestos nacionales, ejercidos por conjunto de las instituciones del Estado mexicano.

2.- La instauración de la Subprocuradurí­a de los Territorios indí­genas, cuya función sea la de garantizar los derechos territoriales de los pueblos y vigilar, acompaí±ar y legitimar cualquier proyecto que involucre dichos territorios, garantizando la participación plena y justa en condiciones de asociación equitativa, con respecto a la planeación y desarrollo del proyecto, al reparto de beneficios y utilidades del mismo, garantizando la propiedad y potestad de los pueblos sobre su territorio y los proyectos que se realicen en los mismos.

3.- Una reforma jurí­dico-legislativa que establezca, en monto y procedimientos reglamentarios, un fondo multianual compensatorio, con carácter de justicia distributiva, y que establezca un horizonte real y verificable de avance hacia la igualación de las condiciones sociales de los pueblos indí­genas a la media mexicana; es decir, que se haga realida del cumplimiento los derechos establecidos en la Constitución Mexicana.

4.- El establecimiento de un Plan Nacional de Educación Indí­genagarantizando financieramente (a travésde becas de manutención suficientes y acompaí±amientos profesionales, con criterios restitutivos y compensatorios) la participación de los miembros de los Pueblos indí­genas, dotando de recursos suficientes a las instituciones especí­ficas y estableciendo cupos obligatorios precisos en todo el sistema educativo nacional. «¢

Graciela Machuca

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