La memoria histórica en la propuesta polí­tica

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La memoria colectiva, al igual que la memoria  individual, no conserva el pasado de modo preciso; ella lo recobra o lo reconstruye sin cesar a partir del presente»–. Marc Bloch, 1925 «•Memoria colectiva, tradición y costumbre-.

Bárbara GARCíA CHíVEZ

No hay fórmulas mágicas ni acciones legales que verdaderamente transparenten una elección que, de forma y fondo, está ultrajada por los vicios polí­ticos que se repiten o reciclan o tal vez solo son comportamientos que derivan de una forma de ser aprendida o incluso genética,  gravitando en torno de estos dos procesos centrales de la Independencia y de la Revolución Mexicana, que redundan en historia hegemónica desde hace más de un bicentenario.

La Independencia de México, desde una perspectiva histórica, fue un movimiento armado contra la dominación espaí±ola que se habí­a constituido  avasallando y sometiendo a las poblaciones indí­genas prehispánicas; así­ lo refiere la memoria colectiva que alcanza grados inhóspitos de negación de lo espaí±ol, para reivindicar y restituir en su verdadero lugar a nuestra matriz indí­gena, de la que de vez en cuando, en fechas y circunstancias especiales, nos sentimos parte.

Sin embargo, la Independencia no deja de ser un mito construido para reivindicar a los pueblos indí­genas originarios de nuestro territorio y/o a las poblaciones mestizas; los sectores criollos de la antigua Nueva Espaí±a marginaron las demandas de los sectores populares y rearticularon la antigua dependencia respecto de Espaí±a, ampliándola con los aí±os a una nueva dependencia más extensa respecto de varias economí­as europeas.

La Independencia polí­ticamente ha servido para negar ese dominio espaí±ol, aún cuando se siga privilegiando a las clases polí­ticas, precisamente de ascendencia directa espaí±ola como es Vicente Fox y en Oaxaca nuestros actuales gobernantes. Así­, la lucha contra lo no mexicano ha resultado bastante imprecisa, es decir, se limita a que el poder polí­tico es de los habitantes de nuestro paí­s, nacidos sobre el territorio nacional, aunque sus alianzas polí­ticas y económicas se extiendan ahora más con el justificante globalizador.

El refrendo de la independencia que registra la historia como la Reforma Juarista, acota y determina la defensa del poder público del Estado frente a los poderes privados de la iglesia y el clero mexicanos. Tiempo histórico que la memoria colectiva prefiere olvidar o cuando menos ocultar, si se trata de reivindicar y defender el proceso de desamortización de los bienes del clero, que al acotar y disminuir significativamente el enorme poder económico de la Iglesia en México, permitió que el Estado limitara y controlara el poder de la Iglesia mexicana, reaccionaria y profundamente conservadora que además apoyó abiertamente las intervenciones extranjeras que padecimos a lo largo del siglo XIX y principios del siglo XX.

Este poder fáctico, que aliado hasta hoy con las causas polí­ticas de derecha e izquierda, más daí±ino por su imposición desde las conciencias, que permea al Estado, lo envuelve, lo manipula, se aprovecha de su concupiscencia, oponiéndose sistemáticamente a los cambios sociales progresistas y a las demandas populares; que pugna desvergonzadamente por la recuperación de los espacios públicos, sociales y culturales perdidos durante los últimos ciento cincuenta aí±os. Ya lo vimos, el Estado laico esta explí­citamente en peligro, ningún partido polí­tico lo ha defendido como eje motriz de un Estado soberano e independiente, aún cuando se desgarren las vestiduras.

La Revolución Mexicana decretó en los hechos, a fin de cuentas, la permanencia de una clase en principio militar ”revolucionaria» que atacó hasta la muerte a los verdaderos revolucionarios —los Flores Magón, Zapata y Villa-, por supuesto estorbosos para la burguesí­a revolucionaria que prefirió adoptar el modelo de la modernidad del siglo XX, un modelo hegemónico en el mundo occidental, el  modelo norteamericano tecnocrático y consumista: American way of life.

El Cardenismo, que reivindica la vena agrarista revolucionaria y la glorificada expropiación petrolera, sí­mbolo de soberaní­a que repudia el intervencionismo extranjero y abandera las causas de una izquierda, que hoy protagónica, se dice neocardenista y se ha olvidado del proyecto de Lázaro Cárdenas de impulsar una educación socialista en México.

El movimiento estudiantil popular de 1968, conservado en la memoria popular de las clases subalternas de México, rechazado y hasta denostado por esa memoria hegemónica dominante, que resultó aí±os después incorporado y hasta deformado convenientemente,  tratando de reducirlo a la condición de un capí­tulo en la historia oficial que refiere un movimiento más por la democracia, minimizando la profundidad de una verdadera revolución cultural de grandes dimensiones y  consecuencias.

La cultura polí­tica vigente de todos los grupos y partidos de la izquierda, de alguna u otra manera, interpelan el papel del gobierno en turno debatiendo sus múltiples prácticas represivas, aludiendo al 68 y su detracción frente al capitalismo.

Los ejes polí­tico-económicos del movimiento del 68 han quedado acotados en el ”2 de octubre no se olvida», por la memoria colectiva tolerada e incluso promovida por la izquierda mexicana, que ahora ha sido rebasada por #yosoy132, que no es lo mismo ni es igual, pero evoca al 68 por su origen universitario.

La partidocracia, creada y fortalecida desde aquel autocrático episodio en que José López Portillo   ”ganó» la elección presidencial siendo el único candidato inscrito en las boletas electorales, lo que en un afán por legitimarse y democratizar la polí­tica electoral, frente a un mundo que se vestí­a de color verde dólar e iniciaba un nuevo modelo denominado ”neoliberalismo», al que la clase polí­tica mexicana querí­a a toda costa pertenecer.

Partidos de izquierda, de derecha, nacionalistas y hasta uno sinarquista, que en ese momento no se le veí­a futuro. El PRI, entonces verdadero partido de estado se lograrí­a legitimar jugando con los comunistas, que hasta entonces, se inscribirí­an en la legalidad oficial. La derecha conservó su lugar incólume desde el PAN y los otros partidos estarí­an destinados a ser satélites.

La hora de la alternancia llega en el 2000, el PAN se posiciona con su vieja versión clerical y conservadora de la derecha belicosa, hoy aún en el poder en nuestro paí­s, intenta vestirse con nuevos trajes mostrando una historia pretendidamente más moderna y menos partidista, no hay memoria histórica, parece novedad, no reconocemos en el PAN aquello que fue la causa de las luchas, de las guerras, la historia hegemónica lo oculta, lo disfraza.

Ahora parece que la historia se desdibuja, los acontecimientos aparentan estar aislados, sin sujeción al pasado; el proceso electoral enjuicia y pone en tela de duda lo conocido, lo que sabemos se percibe desde posiciones subjetivas. En esa memoria histórica cada grupo, cada persona desgrana y selectivamente hace el recuento de lo que sabe, lo que le han dicho, lo que percibe que significa uno u otro, el ganador oficial o el ganador moral, tal vez son lo mismo, representen historias personales distintas, pero una sola memoria hegemónica: la del poder, que persiste en colocar a un poderoso como el legal y a otro poderoso como el legí­timo. Serán ellos a fin de cuentas que ocuparán un lugar en la historia y aún no la escriben, aún no hay memoria.

Graciela Machuca

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