Manuel Antonio Ay-Su asesinato Parte I

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Mucho se ha escrito y comentado acerca del inicio de la Guerra Social realizada por los mayas, en la llamada ”guerra de castas, en 1847, con la detención y asesinato de Manuel Antonio Ay en el poblando de Chichimilá, y posteriormente en Valladolid Yuc. El escritor, investigador Ermilo Abreu Gomez, en su libro: la Conjetura de Xinum, narra aspectos interesantes sobre los dí­as previos a este acontecimiento. Por ser una hecho histórico, he extractado un pequeí±o resumen de dos capí­tulos, para tener la oportunidad de que personas tenga parte de un conocimiento de un acontecer histórico. Como muchos saben, dí­as antes de la guerra mencionada, era notorio el movimiento de los mayas liderados por Bonifacio Novelo, Cecilio Chi, Jacinto Pat.

Allá en Chichimila viví­a Manuel Antonio Ay, que apoyaba este levantamiento maya, y amigo de Cecilio chí­ y Jacinto Pat. Se menciona a un hacendado llamado Miguel Jerónimo Rivero, que le llamó la atención ese movimiento no usual de los mayas. Por lo que envió a su criado de aplellido Canché a investigar. Por lo que siendo maya no habrí­a sospecha. Fue enviado a Culumpich, lugar de la reunión indí­gena. Cuando el criado llego a su destino se mezclo con los asistentes y hasta asistió a la junta convocada para ese dí­a. Y se dio cuenta como estaba exaltada y de violenta la gente.. Sobre todo por el mal trato que se le dabana los mayas. Muchos eran azotados, muertos, sin asistencia; a otros los obligaban sin importar los aí±os o enfermedades para ingresar al ejercito. Solo en Culumpich y Chichimila a ultimas fechas se llevaron a mas de cien muchchos. Sin recato y temor, estos mayas decí­an que para liberarse de tanto despotismo estaban dispuestos a hacerse justicia y para la eventualidad de una lucha, vení­an transportando bastimentos que se agenciaban en los ranchos de la región. En estas tareas le ayudaban desde Belice un tal Bonifacio Novelo, hombre belicoso a cuya cabeza el gobierno habí­a puesto precio.

El criado informo al Sr. Rivero y éste ante lo relatado, sintió temor y después del despedir a su criado, se dirigió a la la Cd, de Valladolid, para informarle al jefe de la armas, que en aquella época era el coronel Jose Eulogio Rosado. Este militar era recto, puntilloso y apegado a su disciplina. Para el la Ordenanza era el evangelio. Pero además era hombre de pocas palabras, de trato áspero, sin decirlo era desdeí±oso de los indí­genas a quienes creí­a rémora(lastre) para la civilización y estorbo para el progreso de Yucatán. Estaba convencido de que no habí­a raza más inteligente y moral que la raza blanca,pues la india sumida en la barbarie, no servia sino para arar la tierra y bregar con las bestias y eso siempre bajo el látigo del amo. Ante el informe del Sr. Rivero el Coronel Rosado escucho lo relatado, pidiendo mas informes aunque algo confuso. El Coronel Rosado despidió luego al Sr. Rivero. Y se retiro.

Antes de que el Coronel Rosado tomara medidas sobre lo informado, sucedió otro caso al dí­a siguiente que habí­a relación con lo dicho anteriormente. Aquel dí­a la principal taberna de Chichimila, de la que era dueí±o del Juez de paz, don Antonio Rajón. En este lugar la gente estaba muy animada más que otras ocaciones. Se bebí­an sin tasa, se fumaban buenas brevas, ( tabaco)se hablaban hasta por los codos, el tono de las platicas habián subido de punto, de vez en cuando se lanzaban gritos y amenazas. No faltaron los manotazos en las mesas y patadas en la tarima. De vez en cuando salian a relucir los machetes. Otro lanzó su puí±al que clavo en la puerta y se rió de su hazaí±a otro hundió su coa en la madera de un tonel. En uno de los grupos estaba el Juez Rajón acompaí±ado de sus mejores esbirros, el actuario y escribiente de la oficina y bebí­an también lo suyo. En distinto grupo Manuel Antonio Ay, cliente asiduo de la taberna referí­a los pormenores de la última leva que ordenó el coronel Rosado. en la cual se llevaron a dos de sus sobrinos el mayor de 15 aí±os. Y se recordó las demás calamidades que sufria la gente de su raza. Y que esta situación tení­a que terminar, pues el gobierno se mostraba sordo a las peticiones que se hací­an los indios se harian justicia por su cuenta. Al oir esta palabras el Juez se alarmó y quizo saber más. Disimuladamente se acerco al grupo de Manuel Anotnio Ay.

Graciela Machuca

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