Para Javier Sicilia de Carmen Aristegui

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Desde tiempo atrás te he tenido por un hombre entraí±able. Con la muerte de tu hijo Juanelo, y el multihomicidio del que formó parte, te has convertido, sin querer, en un hombre indispensable. Tu figura, tu palabra y tu llamado han concitado una ola de solidaridad y empatí­a que quedó de manifiesto en la marcha nacional a la que convocaste. Has tenido la entereza de estar ahí­, en la plaza pública, cargando la infinita tragedia que te acompaí±a. Decidiste no cerrar la puerta, ni meterte en la cama a descargar tu tristeza, por el contrario, preferiste abrir, de par en par, todas tus ventanas. Decidiste que tu dolor no podí­a ir en solitario. No en un paí­s como éste. No en un paí­s con 40 mil muertos, la mayorí­a tapados con la pesada losa del anonimato. Sabí­as de tu dolor pero también te rozó un llamado de responsabilidad. Hombre cuya presencia pública ha sido importante, querida y respetada en un cí­rculo construido desde tus tareas. Por tu poesí­a, por tus escritos, por Ixtus, por Conspiratio, por Proceso, por La Jornada, por tus recitales, por lo que haces. Ni modo, Javier, como dijiste, has sido sacado de ese universo tuyo, cuyo centro, entre otras cosas, estaba ocupado por tu pequeí±o escritorio, desde el cual has escrito quien sabe ya cuántas cuartillas. La devastación por tu hijo perdido no acabó contigo. Tu fuerza interior, tu fe, tu cristianismo bien vivido y, estoy segura, todos los que te rodean te empujaron a articular los mensajes que has emitido. Algunos mal declarados o malentendidos, como el de pactar con los narcos, que requirieron de posteriores explicaciones. Decidiste enfrentar dolor y tragedia con valentí­a, con inteligencia y con tu palabra. Decidiste no sólo retar, sino hacer un llamado a las conciencias. Escribiste un último poema para Juanelo y dijiste que abandonas la poesí­a pero al final, poeta al fin, mostraste que la poesí­a se encuentra también en el silencio. Has tocado, Javier, a miles de conciencias, con tu palabra, con tu determinación y con un rostro que proyecta bondad, amor, pero también rebeldí­a. Has estado en los medios, con los que se te acercan, en Los Pinos, en la marcha, escribiendo los discursos. El miércoles fuiste a hablar con respeto, pero con verdades. Frente a las procuradurí­as les recordaste que: «Uno de los males fundamentales que tiene sumida a la nación en el dolor, en la muerte, en el miedo, en la desconfianza y la incertidumbre es no sólo la falta de una verdadera y sólida procuración de justicia en nuestro paí­s, sino la corrupción que desde hace mucho tiempo se ha instalado en el corazón de nuestras instituciones…», y recordaste lo que expresó, hace unos dí­as, el procurador de Morelos cuando definió a los presuntos asesinos como «personal que estuvo involucrado en instituciones públicas» y que «pueden ser policí­as, agentes ministeriales o militares» para luego desdecirse por temor o compromisos con lo polí­ticamente correcto. Hoy se sabe que tienen identificados a los presuntos responsables. Pronto se sabrá si corresponden a los perfiles mencionados, en un primer momento, por el procurador.

Dejaste, Javier, con tus discursos del miércoles, palabras que empiezan a dar eje a las conciencias. Te trepaste en una combi para contar qué hací­an esos miles reunidos ahí­. Articulaste y diste coherencia, con tu palabra, a los sentimientos de agravio y hartazgo de una nación: «El dolor que nos ha hecho salir a las calles… no debe servir para sembrar el odio y fomentar el crimen sino para encontrar el amor, la paz y la justicia que perdimos». Hablaste de tu silencio poético para dirigirte a los poderosos de este paí­s: «este silencio doloroso y terrible está gritando cuatro hermosas y profundas palabras: dignidad, paz, justicia y concordia. í‰se es el grito que está en el latido de nuestro amado México, el grito de nuestros hijos a quienes la inmisericorde violencia les asfixió la palabra en los pulmones y el de los que estamos aquí­, de pie, sembrando nuestra esperanza y gritando por ellos». Has apuntado al sentido correcto. Se trata de recomponer al paí­s y no de acelerar su destrucción. Apuntas hacia un discurso necesario. Humanista, inteligente, pero que eleve el nivel de exigencia ante las autoridades y que exhiba, igualmente, a quienes cometen crí­menes y atrocidades. Los ejes de pensamiento que planteas pueden dar coherencia y sentido humano a la indignación. Gracias, Javier. Te queremos.

Graciela Machuca

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