Mujeres mayas y el impacto de la migración

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Quienes no tuvieron la fortuna de conocer a mamá, ahora sólo tienen la oportunidad de revisar entre los viejos álbumes de fotografí­a y buscar algún detalle que hable de ella, como madre y como mujer; y los amigos de la familia

serán los encargados de ilustrarnos un poco más sobre ella.

¿Realmente cómo era ella? se cuestionarán algunos. Y, en realidad ¿quién no se alegrará en saber de que, por lo menos, tuvo una madre?

Uno trata de imaginar cómo nos trataba mamá, cómo se esmeraba en nuestro cuidado. En realidad ella quiere lo mejor para sus hijos. Incluso aunque sufra hambre: en los hogares donde no hay lo suficiente para comer, ante lo poco que consiga, ella dice: u tia’al in mejen palal (es para mis hijos).

Con esta breve semblanza, imaginemos cómo serí­a la mujer maya que vive y trabaja en las comunidades ubicadas en las selvas peninsulares. Ahí­, en primera instancia, la milpa casi no da frutos, las lluvias ya se alejaron y en los últimos aí±os sólo se tienen malas cosechas en todo lo que hacen.

Al pasar por esa situación, frente al hecho de no tener comida, los papás terminan convenciéndose momentáneamente de que las opciones elegidas por sus hijos, como el hecho de ir a vivir y trabajar en Cancún, Chetumal, Cozumel o Mérida, son las mejores.

Muchas mamás han compartido su sentir al momento en que sus hijas migran y los acompaí±an en los terminales de los autobuses. Entre sus ojos llorosos y secándolos por ratos con el rebozo dice en voz baja: min wóojel biix ku bí­n ti´xch’u’upul ál’ (No sé qué destino le depara a mi hija).

-Confí­o que si pone en práctica lo que le enseí±é cuando era pequeí±a, no le irá tan mal -dice.

-Recuerdo esos dí­as cuando vino al mundo. Su madrina del jeets meek — antigua ceremonia maya de iniciaicón- me dijo que desde esa edad debí­a prepararla para afrontar la vida; por eso, para que no tenga problemas con las

doradillas- chi k’i’ich- y las garrapatas —el pech-, a los pocos meses de nacida, lo enterré entre las hojarascas secas, y con ello adaptarse a éstos lugares. Luego, le enseí±é a comer de todo y que me ayudará en los quehaceres de la casa, como una forma de aprendizaje.

-Sus primeras palabras fueron ”tengo hambre». Y hablaba tan bien la maya, que cuando está lavando la ropa de sus hermanos, canta… Y ahora, ¿Quién alegrará estos lugares?

Mientras los recuerdos fluí­an en la mente de esta madre, su hija partió hacia la ciudad, rumbo a su nuevo destino. Lo más seguro es que con el paso del tiempo abandone el uso de su idioma, y lo mismo pasará con los conocimientos mayas que adquirió en su infancia.

De antaí±o, las mujeres de los pueblos se casaban con los jóvenes de su mismo pueblo. Con la migración, todo cambió. Ahora sus parejas provienen de distintos estados y latitudes del orbe. Por lo tanto, sus hijos tenderán a reproducir lo que está a su alcance.

Por lo pronto, la leche y el calor de mamá será sustituida tal vez por quienes están en las guarderí­as, la lengua maya no será la primera lengua que aprenda, y su alimentación serán productos enlatados y normados por lo que ve a diario en la televisión.

Si al nií±o le pre

guntan si desea comer pipián de frijol, dirá ”¿Qué es eso? ¡ Foooj…! No me gusta». Y si un dí­a van a visitar a la abuela que vive en una de las comunidades de Yucatán, protestará: ”¡Mamá! No quiero ir ahí­. Mejor me quedo a ver a la televisión, ahí­ no me siento a gusto, no entiendo nada de lo que platican y luego la comida que hacen a

mí­ no me gusta».

-Hijo, pero si es tu abuelita, fí­jate que ella, me enseí±ó muchas cosas, como curarme con las plantas medicinales, y me dijo como cuidarlos de recién nacidos.

Escenas d

e ese tipo sucede a diario en el mayab, y luego hay otros, en donde las hijas se llevan consigo a sus mamás para que las apoyen con sus hijos recién nacidos. Ellas con el fin de ayudar a sus seres queridos, acepta por un tiempo cuidar por tiempo completo el cuidado de los nietos. El detalle es que los nietos conviven un poco con la abuela, pero en ocasiones lo ven como una nana nada más y, sin querer, la hija tampoco valora este esfuerzo de su progenitora.

En ocasiones estas madres que salieron un dí­a de sus comunidades para apoyar a sus hijas, dejan de practicar su idioma, su religiosidad y su forma de alimentarse, y terminan sus dí­as en la ciudad sin el aprecio de sus otros seres queridos. Mientras eso pasa con las mujeres ¿Y los varones? ¿Les pasará lo mismo? Lo cierto es que cada vez las comunidades mayas se van desapareciendo…

Graciela Machuca

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