Luchan contra las calles en DIF DF

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Esmeralda hoy tiene 13 aí±os, estudia la secundaria y está convencida de que terminará la universidad.

El sueí±o de Esmeralda es posible a pesar de ser hija de una recolectora de la Central de Abasto. Desde que nació y hasta los 4 aí±os de edad, vivió en los campamentos de recolectores de orgánicos e inorgánicos ubicados a un costado del conglomerado de compra y venta de hortalizas, frutas y mercancí­as más grande de la ciudad de México. Antes de los 6 aí±os, Esmeralda deambulaba con su mamá por los pasillos, corredores y andenes de la Central de Abasto, hasta que los educadores de calle convencieron a su mamá de llevarla al Albergue para nií±as, nií±os y adolescentes de la Central de Abasto.

Ubicada en el oriente de la capital del Paí­s, la Central de Abasto de la ciudad de México, está instalada en 304 hectáreas, comercializa el 30 por ciento de la producción hortofrutí­cola nacional, cuenta con 1881 bodegas en el sector de frutas y legumbres, y 338 bodegas en el sector de abarrotes y ví­veres.

A la Central, como se le conoce coloquialmente, acuden alrededor de 300 mil visitantes cada dí­a.

Uriel tiene 7 aí±os. Nunca ha ido a la escuela pero sabe cómo so- brevivir entre los pasillos y andenes donde, junto con sus padres, pasa sus dí­as recolectando y pelando frutas y verduras.

”Me dicen el bato, el mero, mero bato», seí±ala Uriel doblando los dedos angular e í­ndice al tiempo que agita la mano.

”No más vengo aquí­, a la escuela no me gusta», aclara frunciendo el seí±o y con cara larga.

Esmeralda y Uriel dejaron el trabajo infantil para aprender a ser nií±os, como expresa la directora del albergue, Patricia Ortiz. ”De no haber sido por el albergue, Esmeralda trabajarí­a como recolectora, al igual que su mamá, nunca hubiera ido a la escuela», asegura.

Este albergue le arranca a las estadí­sticas del trabajo infantil 200 nií±os al dí­a. La mayorí­a de los nií±os y las nií±as tienen que pasar por la clase de alfabetización y socialización, antes de ir a la escuela, como es el caso de Uriel.

”Si los aventamos así­, se sienten fuera de lugar, y por eso la primera tarea que hacemos es alfabetizarlos y socializarlos porque son nií±os acostumbrados a estar con los adultos y primero hay que meterlos al mundo de los nií±os».

POLíTICA DE CONTENCIí“N

En los últimos 10 aí±os el número de nií±os y nií±as trabajadores en situación de calle en la ciudad de México, creció 42 por ciento.

Esto es, cada dí­a 2 nií±os y nií±as tení­an como única alternativa de sobrevivencia el trabajo en la calle o vivir en la calle, antes que la protección de su familia y la escuela.

En una ciudad con alrededor de 9 millones de habitantes, que 2 nií±os y nií±as se incorporen a las calles para trabajar todos los dí­as, parece una cifra casi imperceptible, pero a lo largo de una década, suman 6 mil infantes y adolescentes, de acuerdo al diagnóstico del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia del Gobierno del Distrito Federal (DIF-DF).

Hoy el censo de personas en situación de calle que levantó el Ins- tituto de Asistencia e Integración Social, destaca que en las calles de la ciudad de México viven 44 nií±os y nií±as menores de 4 aí±os; 133, menores de 17 aí±os, los que se suman a los 1 mil 22 jóvenes de entre 18 y 29 aí±os que han optado por las calles para vivir.

Las cifras pudieron ser mas grandes debido a la crisis económica, pues entre 2008 y 2009, las familias experimentaron un deterioro de sus condiciones de vida -una de las causas que arroja a las y los nií±os a la calle y al trabajo infantil- como seí±ala la directora del DIF-DF, Patricia Patií±o. El informe La nií±ez y la adolescencia en el contex- to de la crisis económica global: el caso de México realizado por el Consejo Nacional de Evaluación y la Unicef, revela que los hogares que experimentaron inseguridad alimentaria severa pasaron del 8 al 17 por ciento en el Paí­s.

Mientras que disminuyó el número de hogares que se considera tienen seguridad alimentaria, al pasar el 53 al 43 por ciento, en un solo aí±o. La callejerización, explica Patií±o, es un proceso motivado por diversos factores de riesgo, como son la pobreza, la escasa o nula oportunidad para permanecer en el sistema escolarizado, la descom- posición familiar, el abandono parcial o total de alguno de los nií±os, las adicciones, la falta de espacios y tiempos para la recreación.

Si aunado al impacto de la crisis económica, los nií±os y las nií±as no tuvieran una alternativa de apoyo institucional el número de me- nores viviendo en la calle no rondarí­a los 150, podrí­a duplicarse, como se registró a finales de la década de los noventa.

Patií±o sostiene que los Centros de Dí­a, ubicados, 2 en el centro de la ciudad, en la Delegación Cuauhtémoc, y otro más al oriente en Izta- palapa, son una polí­tica social de contención para que las y los nií±os dejen las calles, vayan a la escuela y concluyan sus estudios.

”Ninguna mamá quiere llevarse a sus hijos al puesto o que sus hijos estén en la calle mientras trabajan, pero si no tiene el respaldo institucional o no existe la infraestructura a través de una polí­tica pública, también están como solas, enfrentando todo como si fuera un problema personal y no social y colectivo», subraya Patií±o.

El albergue de la Central de Abasto, seí±ala, busca que esa pobla- ción no trabaje, sino que esté en la escuela y al salir de ésta tenga un espacio a donde ir.

”El albergue es un factor de protección porque no nada más sirve para que los nií±os y las nií±as vayan, sino para mantenerlos en la escuela, y la única forma de lograrlo es teniendo el respaldo de los adultos en las tareas, con actividades extraescolares, en el cuidado de la alimentación y la higiene, ese papel juega el Centro», explica Patií±o.

EL CENTRO HACE LA DIFERENCIA

Enclavado en el Barrio de Tepito, entre centenas de puestos ambu- lantes, donde se oyen los gritos de los comerciantes, la actividad constante. Entre el paso de cientos de personas que cargan bultos de un lado a otro o camionetas que suben y bajan mercancí­a, está el Centro de Dí­a Número 2, ubicado a un costado de la Plaza del Estudiante, en el Centro Histórico de la ciudad de México.

”Si los nií±os y las nií±as no estuvieran en el Centro, estarí­an con sus papás en los puestos o jugando maquinitas o quizá hasta repartiendo paquetitos’, porque los nií±os nos han reportado que a la salida de las escuelas hay personas que les piden repartir pa- quetitos’ y por cada uno les dan 20 pesos», expresa Celsa Piedad Santos, directora del Centro.

¿Cómo los convences de que en lugar de ganarse los 20 pesos por ”paquetito», estudien? Se le cuestiona.

”Es un proceso de formación diaria, de derechos y de respon- sabilidades y a partir de ahí­, cuánto se gana, porque les damos talleres contra las adicciones junto con los Centros de Integración Juvenil y los jóvenes aprenden que si van por ese camino, sólo hay 3 lugares a donde ir: el panteón, la cárcel o el hospital, y que de ahí­ no se salen.

”Es parte de lo que trabajamos todo el tiempo, no sólo con los chicos sino con los papás», seí±ala Santos.

Los nií±os y adolescentes que acuden al Centro de Dí­a Número 2, detalla, son hijos de padres que trabajan como subempleados de los comerciantes desde las 8 de la maí±ana hasta las 8 de la noche, ganan 800 pesos a la semana y no pueden atender a sus hijos.

”Es una zona complicada, a las chicas, las mafias las engan- chan para la prostitución y a los chicos a repartir droga y empiezan muy nií±os a los 8 ó 9 aí±os, por eso el Centro sí­ hace la diferencia para muchos», refiere Santos.

Los Centros de Dí­a, explica Patricia Patií±o, directora del DIF- DF son una alternativa real para atender a la población infantil y a los adolescentes en circunstancias difí­ciles. ”Es una polí­tica de prevención a la callejerización», seí±ala.

LOS CENTROS DE DíA ATIENDEN A 450 NIí‘OS CADA MES.

”Es un trabajo de estar atendiendo a cada nií±o y establecer el ví­nculo psico-afectivo que requieren, porque la sociedad se lo ha quitado, porque la mamá tiene que trabajar todo el dí­a, y si se en- contraran un espacio frí­o, ajeno, sin una metodologí­a que no tome

en cuenta la cuestión afectiva, no los retendrí­amos», expresa Patií±o. ”El logro más importante de los Centros es mantener al 100 por ciento de los nií±os y las nií±as en el sistema escolarizado», agrega Patií±o. Si no estuviera aquí­…

Donovan tiene 10 aí±os, va en cuarto aí±o de primaria y desde el pri- mer aí±o de preescolar, todas las maí±anas asiste al Centro de Dí­a Número 2, enclavado en el Barrio de Tepito.

Uno de los barrios más antiguos de la capital del Paí­s, Tepito es cali- ficado como ”barrio bravo», lugar donde se comercializan piraterí­a, toda clase de artí­culos usados y fue seí±alado por la Secretarí­a de Seguridad Pública del Distrito Federal en 2007 como el principal punto de venta de droga en la ciudad.

”Si no estuviera aquí­ me aburrirí­a», dice Donovan al referirse a su estancia en el Centro de Dí­a Número 2.

”Bueno también estarí­a en la calle o en ningún lado, quizá en el puesto con mi mamá, como los sábados y los domingos», explica mien- tras termina su tarea que tiene que entregar en la escuela.

Marta Flores vive cruzando la Plaza del Estudiante, tiene 3 hijos, se separó de su marido porque le pegaba y tuvo que hacerse cargo sola de sus hijos. ”Cuando inició el Centro nada mas traí­amos a nuestros hijos a comer y ya, pero ahora les ayudan a estudiar y pueden estar todo el dí­a mientras yo trabajo.

”Antes cuando nada más los traí­a para comer, mi tí­a me cuidaba a la nií±a de meses, pero siempre la encontraba muy sucia y sin comer, mi hijo el más grande que tení­a como 5 aí±os me decí­a no te vayas a trabajar, yo te ayudo’, y se salí­a a vender chicles».

Pero Marta dice que hace unos 4 aí±os trae a sus hijos al Centro y se quedan todo el dí­a; incluso, ella toma cursos cada semana.

”Entonces la maestra me decí­a aquí­ déjelos, de aquí­ los vamos a mandar a la escuela y su nií±a va a estar bien cuidada, no la va a encon- trar como la encontraba con su tí­a’, y ya la traje y me dijeron, la vamos a apoyar’, y sí­, vení­a yo con mi hijos a las 9, me iba a trabajar, a las 4 salí­a de trabajar y vení­a por mi nií±a, la más chica y a las 6 iba por mis hijos a la escuela y así­ duré hasta ahora.

”A mi me ha servido mucho este Centro, tengo 3 hijos que ya termi- naron la primaria y la secundaria, están estudiando la prepa y todos han dicho, mamá yo voy a estudiar, no voy a dejar la escuela’. Esto es lo que les enseí±an aquí­», cuenta Marta.

Graciela Machuca

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