México por los ojos de M. Covarribias

A mitad de la noche, en ese punto donde termina un dí­a y comienza otro, abrí­ los ojos, -la luz fue tan fuerte que me aturdió- no logré distinguir más que sombras de entre toda esa luz y, poco a poco, aparecieron formas e imágenes que comencé a distinguir conforme mis ojos se acostumbraban a todo ese reflejo… No intenté mirar lo que me rodeaba, mucho menos tratar de entender el porqué estaban allá, simplemente me dejé llevar por la emoción de mirar y saber por dónde caminaba.
Aún no logro entender si fue un sueí±o que me llevo al limbo de la incertidumbre, mostrándome lo que la falta de conciencia hace a mí­ actuar, o fue la realidad que me abofeteó para despertarme de ese letargo en el que mis actos inconscientes viví­an. Como haya sido, las cosas son diferentes desde la perspectiva del amor, de un amor que no es ciego (como un cuento dice), sino de uno que es deseo, que es actitud, que se trasforma en acciones capaces de cambiarlo todo. De un amor, que comencé a sentir en ese momento.
Muchos mexicanos, como yo, encontramos en el aire un elemento contra el que debemos luchar: enfrentamos a remolinos que destrozan todo y vientos de huracán que nacen de la profundidad de inadecuadas ideas e ideales, porque vemos al aire como un enemigo del que debemos defendernos, contra el que no debemos aliarnos; también vemos al aire como el que nos quita el aliento y no como quien puede ayudar a vivir, a respirar y limpiar cada una de nuestras partes internas.
Muchos, como yo, nos dejamos llevar por las olas populares que nos arrojan sobre rocas y hacen que nos estrellemos una y otra vez sin intentar nadar buscando puerto seguro y  somos incapaces de crear embarcaciones solidas para enfrentar las tormentas que dí­a con dí­a toman forma en nuestra realidad; vemos al agua como un enemigo y no como un elemento capaz de limpiar y desmanchar nuestras manos.
Muchos, como yo, dejamos que el fuego consuma todo e intentamos apagarlo para evitar destrozos, vemos al fuego como destructor, le tememos y nos alejamos de él, no logramos verlo como un elemento purificador, capaz de eliminar lo que no sirve.
Muchos mexicanos, como yo, construimos enemigos nacidos de la profundidad de nuestras ideas. Evitamos aliarnos a las situaciones que pueden ser observadas como destructivas o negativas desde el ojo inexperto, y que bien pudieran ser maravillosas, vistas como una oportunidad de renacer de entre las cenizas que dejamos atrás. La obscuridad será maravillosa para esconder lo que no se quiere que se conozca; será fantástica cuando se pretende seguir en la zozobra y el desconocimiento de nuestros verdaderos alcances.
La luz es capaz de mostrarnos un camino que, posiblemente, no sea el que esperábamos, no sea maravilloso o llano para andar, sin embargo, está allá frente a nosotros y podemos caminarlo con la conciencia de saber donde ponemos el pie.
México puede ser visto desde la perspectiva de un paí­s que carece  de la grandeza que en antaí±o gozó, que tal vez está más mutilado que nuestra fe, que su realidad solo nos hace pensar en la desgracia y la posibilidad de hundirnos cada vez más en la corrupción y la desidia; lo anterior nos hace pensar que nos convertiremos en una Sodoma y Gomorra, en espera de la destrucción para iniciar de nuevo. De igual manera,  podemos verlo con ojos de enamorado  y apoyarlo para salir de vací­o existencial en el que se está hundiendo cada vez más, ayudarlo a conformar una imagen que nos haga estar orgullosos de vivir una historia eterna a su lado, que inspire a los que vienen detrás nuestro.

Veamos con ojos de enamorado a nuestro bello paí­s; rescatemos lo maravilloso y fantástico que tiene dentro; dejémonos embriagar por esas burbujas de amor y entreguémonos como adolescentes pasionales y adultos conscientes, enamorémonos y dejemos que nuestros ojos miren la belleza de un futuro que puede ser logrado con una verdadera entrega, con un accionar sincero; vistamos con nuestros mandiles de obreros, como lo hacen las amas de casa, y no dudemos en trabajar, en empuí±ar nuestras herramientas y limpiar todo lo que haya que ser limpiado, aunque con ello suframos y el sudor nos entre por los ojos mientras los demás nos ven con mirada de duda, hagamos lo que debamos hacer… Por Amor.
Y que quede claro, el amor no es ciego, es el más grande observador, porque de entre todas las capas que como humanos nos ponemos o nos ponen, los ojos de amor encuentran la verdadera belleza. ¡Feliz mes del amor y la amistad!

Eduardo Ariel Herrera ívila

Graciela Machuca

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