La memoria del hombre se halla en la cuerda que teje y desteje sin quebrar tras el paso de cada generación por el mundo. Sin historia, no hay pasado. Sin pasado, no hay herencia y estarí­amos en el principio. Cada cultura guarda su epopeya que justifica y delinea lo épico de su origen.
¿Qué es, si no, El cantar del Mí­o Cid? Un canto heroico que testimonia la raí­z espiritual de Espaí±a. Pero junto, incluso antes, el pueblo cantaba las jarchas, esos cristales poéticos con que alegró sus largos dí­as. Ambos son sedimentos de identidad que sostienen al Quijote.

El tronco es la imagen del árbol, aunque en su cuerpo valen igual hojas, ramas, frutas y hasta las flores más sencillas. La Historia es un rí­o alimentado por otros rí­os de desigual tamaí±o. He ahí­ la magia del poeta: penetrar con un haz de fonemas los cí­rculos de esos afluentes.

«Voces sin tiempo», conjunto narrativo del maestro de lengua maya Javier Gómez Navarrete, publicado por el Instituto Quintanarroense de la Cultura, retoma esa vertiente enraizada en la literatura oral indí­gena no muy distante de la europea en su imaginación y sus destellos éticos.

El propio autor admite que sus trece cuentos no son más que recreaciones estéticas de diálogos sostenidos con cazadores, chicleros y pescadores de Quintana Roo. Leyendas que, pese a sus enunciados mí­ticos, son convencionalmente legibles, pues la fantasí­a se dosifica en el coloquio.

El ámbito legendario y la diafanidad cotidiana se entremezclan sin superposiciones en alianzas que, fuera del contexto lingí¼í­stico, no seí±alan una temporal cronologí­a. De modo que, al margen de los procesos sociohistóricos de Occidente, la imaginerí­a maya se estanca en sus raí­ces.

Algunos textos son apenas anécdotas literaturizadas que, sin crear tensiones ni conflictos de fondo, se insertan en un único estilo tradicional que sorprende, pues en medio de la posmodernidad es difí­cil ver un libro que —en un tono tan decimonónico— sea un mosaico pleno de interés.

En la primera parte, los personajes son animales y sus acciones cumplen una función didáctica, a la manera de las fábulas más antiguas de Europa y ífrica. Es inseparable el propósito moralizante y su repercusión en las conductas individuales que integran la ética de la comunidad.

De ello se desprende el valor socializador y colectivista de estas historias, que parecen escritas para nií±os, tanto en el lenguaje que maneja conceptos y metáforas de fácil decodificación, como en la ingenuidad de las fabulaciones y la simpleza con que se definen el mal y el bien.

En el resto de las piezas narrativas, cruzan hombres de campo que van trazando destinos mediante un áspero dibujo rural, anegado de fantasmagorí­as y realidades, de lides entre claridades y tinieblas que esquematizan su universo. Cada cuento es una puerta abierta a variadas dimensiones.

No obstante, el libro padece de cierta adjetivización ceremoniosa que en determinadas parcelas crea otro nivel de lenguaje, intercalado al léxico con que se narra, sin que sea un propósito estilí­stico del autor. Esto atenta contra el proyecto de unidad logrado antes en el nivel temático.

Ninguna leyenda es particularmente poética. La poesí­a se trasluce en destellos ornamentales, pese a su atmósfera primitiva y su arraigo oní­rico. En esa balanza, pesa más el contenido que las herramientas lingí¼í­sticas usadas para narrarlo. Es decir, el qué se dice sobre el cómo se dice.

Aún así­, «Voces sin tiempo» es una experiencia digna en el ejercicio de la escritura y el reflejo de una sensibilidad que se ancla en un arenal de palabras con las que Javier Gómez Navarrete retiene tradiciones campesinas, que podrí­an desaparecer entre las uí±as insaciables de la globalización.

Por Agustin Labrada

Graciela Machuca

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