POR ELSA LEVER M. mujeresnet

Sangre. Esa que nos acompaí±a durante toda nuestra vida reproductiva. ¿Qué piensas de ella? ¿Qué idea tienes al respecto? ¿De aceptación con alegrí­a, de aceptación porque no hay de otra manera, o de rechazo, incluso de repulsión? ¿Cómo le llamas: «el menstruo», «el flujo», «la regla», «el mes», «el perí­odo», «la época», «la visita», «la novedad», «la luna», «la monstruación»?
Tal vez parezca raro abordar el tema de la menstruación, porque sólo sale en las pláticas cuando nos quejamos de lo dolorosa e inoportuna que nos resulta. O cuando es parte del riguroso interrogatorio ginecológico. Y en los medios sólo es cuestión de la publicidad. No he escuchado a nadie hablando bien de ella. Es tema tabú, de voz baja, de esconder las toallas femeninas para que nadie se entere que estamos «en nuestros dí­as».Se busca que no sea «incómoda», «sucia», que «no huela» a lo que es. Ocultar, camuflar. ¿Por qué nadie dice que le gusta menstruar? (quizá sólo quienes aún no esperaban o no estaban preparadas para la menopausia). ¿O que lo consideran algo hermoso, mágico o perfecto en nuestro cuerpo? ¿O que nuestra sangre es limpia y fresca?
Es de pensar cómo a un hecho biológico se le han dado muchas interpretaciones, simbolismos y aplicaciones sociales. Por supuesto, la mayorí­a han surgido de las mentes masculinas tratando de explicarse ésta y otras funciones biológicas, «misteriosas», de especificidad de las mujeres – y de paso, controlarlas-.
Por ejemplo, en muchas sociedades arcaicas -y en otras incluso actuales- se ha considerado que la sangre menstrual quema la vegetación, impide el crecimiento de las plantas, contamina las aguas y constituye un peligro para el varón. Se aislaba a las mujeres para evitar todo contacto con el exterior y la consecuente contaminación. En algunas culturas se asocia la vulva con una herida, siendo la sangre menstrual la encargada de recordar este hecho de forma periódica. En otras, según las leyendas, el flujo menstrual de la primera mujer se produjo por la mordedura de un animal en la zona genital cuando era una nií±a: un lagarto, un cocodrilo, una serpiente, un pájaro… En tribus de Africa del Sur, si a las mujeres se les retrasaba la primera menstruación, les frotaban los genitales con la cola de un í­dolo de barro cocido con forma de serpiente.
Para otros pueblos era prueba de que la mujer se encontraba poseí­da por un demonio en determinados periodos de su vida, y con esta idea apaleaban a la púber hasta que se desmayaba, pues consideraban que los malos espí­ritus introducidos en su cuerpo eran reacios a partir.
Y no está lejos tampoco la explicación bí­blica. Aunque la sangre es el alma del cuerpo, a la vez es sí­mbolo de impureza, relacionada con la maldición que inició sobre la humanidad cuando Eva, la compaí±era de Adán, al caer en la tentación del diablo provocó la desgracia del varón. La pérdida periódica de la sangre se percibe así­ como una herida inmunda, un castigo infligido por Dios a todas las descendientes de Eva. La menstruación es pecado y castigo.
También hay interpretaciones más benévolas. Como el simbolismo de «purificación» y «vida-muerte» cuando el óvulo que no ha sido fecundado -y que por tanto está negado a la vida- es expulsado del útero, abriendo así­ la posibilidad de una nueva fecundación. Vida y muerte de la mano, en un acto cí­clico que es reflejo de la cosmovisión y cosmogoní­a que enaltecen los ciclos de la naturaleza pues mantienen a la vida en permanente regeneración. Aquí­ entra la analogí­a que se hace de los ciclos menstruales con el ciclo lunar y sus fases: creciente, llena, menguante, nueva.
La luna llena se asocia con el momento de la ovulación, tiempo de fiesta, bailes y sexualidad. Por eso muchas celebraciones en luna llena en tradiciones ancestrales son acerca del amor, sexo, grandes ideas, expansión, etc.
Hay otro significado de «purificación»: el ciclo menstrual representa el flujo de todas las adherencias psicológicas de las que hay de despojarse antes de «volver a nacer». Muerte y renacimiento. Purificación para aprender.
Médicamente se ha descubierto que precisamente antes de la menstruación el hí­gado y los rií±ones eliminan toxinas del cuerpo junto a la sangre menstrual. Y se ha asociado esta desintoxicación mensual de las mujeres con el hecho de que tiendan a vivir más tiempo que los hombres.
Y por supuesto, no podí­a faltar la explicación del «rito de transición». La transición de nií±a a mujer; se abre la puerta a la pubertad y a la posibilidad de fecundidad, de la procreación, de dar vida. También se dice que existe una relación entre la magnitud del dolor de los cólicos con el nivel de rechazo a la menstruación, o a la propia condición femenina.
¿Tú cómo vives tu menstruación? ¿Te molesta, la rechazas, tratas de ocultarla con la indiferencia, o la celebras con una sonrisa? ¿Eres una «luna» con sus dí­as de novilunio, en los que desapareces para volver regenerada en la siguiente fase? ¿O eres heredera y aval de Eva, que padeces la maldición, el castigo de la sangre? ¿Tal vez ví­ctima de una serpiente o habitáculo de malos espí­ritus y demonios? ¿O eres partidaria de que la ciencia logre inhibir esta función y se elimine una diferencia biológica para así­ no dar pie a construcciones de género inequitativas?
Se han contado un promedio de aproximadamente 400 «reglas» en la vida de las mujeres. ¿Cuántas hemos necesitado cada una, para aceptarlo? ¿Será que hemos dejado de lado la enseí±anza simbólica de la purificación -fí­sica y mental-, la regeneración y el renacimiento?
La menstruación es energética y deberí­amos aprovecharla para la introspección y el contacto con nosotras mismas; para la reflexión y la meditación. Para crecer. Es incluso poder creativo (en el pasado, se utilizaba la menstruación como fuente de inspiración ya que las visiones y profecí­as se presentaban con mayor claridad). La menstruación es pasión y creatividad, agudización de los sentidos. Dirí­a el cantautor guatemalteco Ricardo Arjona, que de vez en mes con nuestra acuarela pintamos jirones de ciruelas y rosas en la cama.
La menstruación nos hace poner los pies sobre la tierra cada mes. Nos recuerda nuestra condición humana, esa, cercana a la naturaleza. Nos aleja de las caretas e hipocresí­as cotidianas, y nos acerca a nuestro interior. No hay castigo alguno; déjala fluir. Disfrútala mientras la tengas, celébrala, hazla parte de tu energí­a interior y aprovéchala para crecer.

Graciela Machuca

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